La lectura de la Biblia no es frecuente, en mi adolescencia remota me fue vedado erróneamente su solitario y crítico estudio, las distorsiones literales eran muy comunes, escucho con atención las citas evangélicas en las ceremonias religiosas y celebro a los predicadores que se esmeran y le imprimen fervor al explicarlas, acorde con sus parabólicas enseñanzas, como el pasaje de Juan 12, del 20 al 33, del domingo 21 de marzo, comentado con unción cristiana por el arzobispo de Guayaquil, monseñor Luis Cabrera Herrera, magnificado con los lastimeros acordes de la sobrecogedora melodía “entre tus manos”, que tiene el encanto de transportar al maravilloso mundo de inconmensurable grandeza de la germinación de las semillas. No comparto, pero respeto, a aquellos que portando irreverentes el libro sagrado bajo el brazo pregonan su contenido abstrayendo términos favorables a su creencia, zahiriendo a quienes no los secundan.

Destaco el portentoso milagro que custodian las simientes, unido al hecho de su trascendental rol agrícola, en gran medida dependiente de su variada, suficiente existencia y óptima calidad, determinante del éxito de las cosechas por esa vía, pues existe otra con material vegetativo de las mismas plantas a propagarse, inclusive con artificios biotecnológicos de gran difusión, eficacia y aplicación en el país, pero su generador será siempre un óvulo fecundado y maduro, como nos inculcaban en la primaria.

Conmueven las promesas electorales de entregar gratuitamente semillas, plántulas y pajuelas a los agricultores y ganaderos, mas sugiero que debe priorizarse la vigencia de auténticos programas nacionales de certificación, otrora de gran utilidad promovidos desde el Ministerio de Agricultura, excelente plan que cubría cultivos básicos, con simientes provenientes de estaciones experimentales nacionales o extranjeras, validados o probados a nuestras características, porque, mucho cuidado con introducir atropelladamente elementos biológicos indeseables, portadores de plagas, enfermedades y malezas, no presentes en el país, pero dañinas y contaminantes de nuestro límpido medio, hasta ahora libre de muchas de ellas.

Volviendo a la lectura bíblica del Evangelio antes referido, el celestial fondo musical se centraba con realismo en la frase “hay que morir para vivir”, aplicada a la buena y tierna semilla, que, para dar vida al nuevo ser que existe en ella, debe despojarse de sus envolturas protectoras quedando solo sus mortajas y morir, nutriendo a una incipiente plantita hasta que pueda hacerlo por sí sola con lo que extrae del suelo, otro milagro de la naturaleza, recogido bellamente en la sacra melodía, que define fielmente el fruto eterno, perpetuador de las especies.

Que la próxima administración se apasione inaugurando un consistente programa de certificación de semillas, manantial de soberanía agrícola, cubriendo con amplitud deseables especies, que enfatice en las prometedoras verduras, hortalizas y frutales, de las que Ecuador carece e importa, respondiendo con practicidad al clamoroso llamado de la ONU al instituir el 2021 como el año de su masiva irradiación global. (O)