“No se debe mezclar la política con el fútbol”, vieja cantaleta. Una competencia de fútbol no es ningún campo privilegiado en el que haya que hacer abstracción de la ética para actuar. El deporte es una actividad que forma los cuerpos y las almas cuando se practica como una disciplina personal, en la que lo importante es el desarrollo físico y psíquico de los individuos, con prescindencia de los resultados. El fútbol, a nivel de un campeonato mundial, no es en ese sentido un deporte, sino un espectáculo y un negocio, que no debe tener ningún privilegio con respecto a otros espectáculos masivos y otros negocios. Es que hermana los pueblos y enseña valores… mentirotas. Entonces, lo político, que debería ser un campo privilegiado de acción ética, no puede ser excluido del mundo de los espectáculos deportivos. Es decir, lo que para la ética política no es aceptable, no puede tolerarse con el pretexto de la autonomía de lo deportivo.

En ese sentido fue un grave error, por no apelar a otra calificación, el que países con plenas credenciales republicanas hayan aceptado participar en una competencia en Qatar, un Estado gobernado por una dictadura, con tristes calificaciones en materia de derechos humanos. Todo esto, claro está, sin entrar a considerar las maniobras corruptas con las que se hizo de la sede, pero eso es otra cosa. Las leyes cataríes establecen penas inhumanas y criminales como la lapidación y la tortura, los derechos de las mujeres están especialmente restringidos y opciones como el homosexualismo se castigan con la muerte. Ni hablar de participación electoral y libertad de expresión. Esto no significa que el fútbol sea algo malo, pero no es un sacramento que de por sí santifique lo inmoral, porque una dictadura es por esencia inmoral, es la síntesis de todas las inmoralidades.

Aplicando el mismo criterio al comercio internacional, hacer negocios con dictadores a cuenta de que negocios son negocios, que primero está la economía de las naciones, también es una falacia y mucho más peligrosa. Las alabanzas a Xi Jinping y a Putin por parte de empresarios que tienen negocios con estos tiranos, y que luego vuelven a sus tierras a proclamarse campeones mundiales de la libre empresa, son repulsivas. En 1939 Stalin y Hitler no vacilaron en aliarse para, entre otros abusos, decretar el fin de la independencia de Lituania. Con esta experiencia, este pequeño país ha decidido por su cuenta enfrentar a Xi y se ha transformado en el país más beligerante contra la amenaza asiática, al punto de establecer relaciones oficiales, aunque todavía no plenas, con Taiwán. No es puro amor, sino que comprende que es la mejor manera de contener a su enemigo directo, Putin. El Ecuador cree que no puede darse el lujo de romper abiertamente los lazos con los grandes autócratas del mundo, a cuenta de hacer negocios, pero dentro de América Latina, por lo menos, ha restringido sus relaciones con los déspotas de Nicaragua y Venezuela. ¡Pero las mantiene con Cuba! ¿Por qué ese privilegio? No es un socio importante en ningún sentido, esa es una actitud por revisar, ¿o es que, al cabo de sesenta años, una dictadura adquiere derechos? (O)