Los niños de los 80 hemos tenido la fortuna de vivir durante las cuatro mejores décadas que ha tenido la humanidad. La vida de las personas se ha vuelto más larga, saludable y placentera. Esto parece chocar con el constante flujo de noticias que nos cuentan de un mundo en decadencia. Por supuesto que la pandemia ha causado graves retrocesos en varios indicadores, pero hay razones para ser optimistas acerca del futuro.

Nunca hemos estado mejor: la expectativa mundial pasó de 62 años en 1980 a 72 en 2017 y cada vez una porción mayor de esos años son vividos en buena salud, según el índice de expectativa de vida saludable de la ONU. La vida es mucho más placentera porque, por ejemplo, la gente viaja mucho más: en 1980, las aerolíneas transportaban a 641 millones de pasajeros; en 2019 fueron 4.396 millones. También se dio la revolución de la conectividad: celulares, computadoras personales, internet, redes sociales, economía colaborativa, etc.

Todo esto mientras la población del mundo pasó de 4.460 millones a 7.710 millones (un incremento de 72%). Pero nos dicen las Gretas Thurnberg que esta reproducción de los seres humanos y el crecimiento económico de las últimas décadas está teniendo consecuencias desastrosas. Este movimiento neomaltusiano concibe a la Tierra como un ambiente finito que tarde o temprano se topará con un límite de recursos. A más personas, menos recursos para sostener la vida en la tierra. ¿Cómo nos explicamos que la explosión de la población haya coincidido con un incremento de una amplia gama de indicadores de bienestar para dicha población?

Marian Tupy y Gale Pooley analizan esto en su Índice Simon de Abundancia 2021. Este índice mide el precio de 50 materias primas básicas en horas de trabajo (el precio nominal de una materia prima dividido por el salario nominal promedio por hora del mundo). Durante las últimas cuatro décadas, el precio de las 50 materias primas aumentó en 51,9 %, mientras que el promedio global del salario nominal por hora aumentó en 412,4 %. Esto significa que el precio en términos de horas de trabajo de las 50 materias primas cayó en 75,2%. Los autores calculan que por la misma cantidad de horas comprábamos una canasta de las 50 materias primas básicas en 1980 mientras que cuatro en 2020.

El habitante promedio del mundo goza de más recursos: la abundancia personal de recursos aumentó en 303 % entre 1980 y 2020. La abundancia de recursos para toda la población también aumentó y los autores estiman que esta se duplica más o menos cada catorce años.

Tupy y Pooley calculan que cada incremento de 1% en la población mundial está asociado con un incremento en la abundancia personal de recursos de 4%. También que un incremento de 1% en la población está asociado con un incremento de 8% en la abundancia de recursos para la población.

Los niños de los 80, que ahora muchos somos padres, deberíamos transmitirles estos datos esperanzadores de optimismo racional a nuestros hijos. A esas generaciones del futuro les estamos dejando un mundo que está experimentando la superabundancia: la abundancia de recursos está creciendo a un paso más acelerado que la población. Cada bebé nuevo, lejos de empobrecer a la humanidad, la enriquece. (O)