Hace pocos días estalló una polémica en relación al programa La Posta XXX en la que Anderson Boscán y Luis Eduardo Vivanco mostraron un acróstico que supuestamente describía las características de un líder político y al juntar la primera letra de cada frase se producía una palabra muy fuerte, en cualquiera de sus acepciones.

Ello generó rechazo del aludido, así como de muchos otros políticos, periodistas e incluso autoridades que condenaron el malhadado incidente.

Una vez mas, tomó vigencia, ese añejo, inevitable y permanente conflicto entre la libertad de expresión y el respeto a la honra ajena, las zonas grises y los límites de una y otra.

Una vez más, los dueños de la moral colectiva, los padres de la ética, los intelectuales, no dudaron en señalar con dedo acusador a La Posta, al mismo tiempo que la hipocresía política aprovechó para desfogar contra ellos, un poco su permanente ira y frustración por la labor de la prensa.

Políticos y prensa son agua y aceite; sin distingo de los “buenos y malos” (etiquetados así para mejor comprensión), los roces son permanentes, en función de la actividad de ambos desempeñan.

El poder, por el mismo hecho de lo que representa y encierra, siempre genera desencanto, inconformidad y disgusto para quienes sufren su embate o simplemente están fuera de su círculo de privilegios; y los excesos y distorsiones del poder generan víctimas y perjuicios, lo cual se exacerba cuando se trata de poder político y de recursos o bienes públicos.

Todas estas situaciones descritas de manera general, son relevantes para la sociedad, y en consecuencia, son materia de investigación, análisis y opinión de la prensa.

Cada medio, periodista y analista, a su estilo y de acuerdo con sus recursos, procesa esa información y la comunica a la ciudadanía.

Y cada ciudadano que consume medios de comunicación está en libertad de escoger cómo informarse; a quién leer o no; qué emisora escuchar o no; qué cuenta seguir y qué cuenta no.

¿Se excedieron Boscán y Vivanco? No lo sé. Depende desde qué óptica se lo vea. Lo que sí está claro es que lo hicieron en ejercicio de su derecho a la libertad de expresión y en plena y formal actividad periodística.

¿O acaso otros periodistas y caricaturistas en Ecuador y el mundo, no hacen lo mismo, y hasta peor, pero utilizando frases elaboradas y desarrollos grandilocuentes, para intentar disfrazar los insultos y la bilis que derraman en cada letra o trazo de sus creaciones?

No seamos hipócritas, por favor.

Y en cuanto al político aludido, ya el célebre fallo de la Corte Suprema de EE. UU. en el caso Sullivan vs The New York Times, que forma parte de los estándares interamericanos de obligatoria observancia en el Ecuador, gracias al fallo de la Corte Interamericana de Derechos Humanos en el caso Herrera Ulloa vs Costa Rica, establece que quien se mete a político y, peor aún, asume una función pública, debe tener piel de elefante para aguantar las críticas, por muy duras que estas sean.

Desde esta columna, mi solidaridad con Anderson y Luis Eduardo. (O)