Esta semana los transportistas hicieron un paro para exigir que se aumente la tarifa del transporte público.

Normalmente, la ciudadanía se enardece contra el gremio y se lo critica por insensible ante la gravedad de dejar a la ciudad sin movilización.

Así como en tantas cosas, donde los problemas no se entienden, durante décadas el tema del transporte público no se lo trata y analiza correctamente, produciendo un grave desajuste en algo que es un bien público esencial: La movilización de la población.

El transportista tiene unos costos directos que implican caja, es decir efectivo. Combustible, llantas, repuestos, pago de asistente, mecánicos, matrícula, etc. Hay otro costo importantísimo, que no implica caja y que no lo reconoce la sociedad: la depreciación de la unidad que tiene que ver con su reposición.

En una empresa, se amortizan los equipos, es decir, se incluye formalmente en el costo de operación la depreciación de bienes y equipos, con lo cual la empresa va haciendo un reconocimiento que debe hacer una reserva par reponer los equipos que van cumpliendo su ciclo de vida.

El tránsito en Guayaquil se caotiza en zonas anegadas y personas que iban a laborar no encuentran buses por suspensión de servicio

En el transporte público hay un círculo vicioso: Se elevan los pasajes. Esto estimula que hayan nuevas unidades. Luego suben los costos de todo y se comen el margen de la depreciación del equipo. Luego los costos siguen subiendo (los pasajes se congelan por muchos años) y ya no da ni siquiera para los costos directos y el problema entonces explota pues no se cubre la necesidad de efectivo y peor la reposición. Un transportista no lleva contabilidad, ni hace normalmente una reserva para reposición del equipo.

Claro está, como la política y el interés electoral pesan más que la realidad, y más que el verdadero bienestar de la gente y el progreso del país, ningún alcalde quiere tocar el tema. Y los gobiernos, que deben subir el combustible porque sigue siendo un dogal sobre el Ecuador, tampoco articulan con las alcaldías un programa integral de cómo enfocar el tema del transporte público, pues ya sabemos que las tiranías mariateguistas salen a la calle a tumbarlos cuando tratan de resolver ese tema.

La subida del pasaje es una necesidad económica, y el precio del diesel afecta significativamente el costo del pasaje, impactando a los pobres, a diferencia de lo que es el transporte pesado. Lo hemos explicado antes. Si un camión lleva 400 quintales de arroz de la costa a la sierra, y si el diesel llegara a costar 4 dólares, el impacto económico, por más gastador de diesel que sea el camión, no llegaría a un dólar por quintal. Es decir, un centavo por libra.

Pero si el transporte urbano sube en apenas “10 centavitos” eso, por un promedio de dos buses que normalmente se toman dos veces al día, da 40 centavos o unos 9 dólares al mes por persona. En una familia de 5 personas, eso es 45 dólares al mes. Para los pobres es un fuerte impacto.

En vez de subsidiar el combustible, se debería focalizar el subsidio directamente al transporte público para poder asegurar su viabilidad económica, y la reposición de las unidades. Miremos las unidades de Guayaquil: Ya están viejas, y hoy los costos de las nuevas frente al precio del pasaje no da para reponerlas. ¿Han visto unidades nuevas en circulación?

La política de transporte público urbano debe ser parte de los objetivos nacionales de los cuales tanto carecemos. Sin la demagogia que excluye la realidad económica, y que solo ve el voto del ciudadano transportado, y no ve el lado de quien suministra el servicio.

Esa falta de políticas ha hecho que en la ciudad de Quito se hayan invertido más de dos mil de millones de dólares en el Metro, algo que todavía no funciona, y que al precio al cual se plantea el pasaje, jamás podrá pagar las deudas. Y viene entonces la pregunta: ¿quién y cómo se pagarán esas deudas?

En Guayaquil al nuevo alcalde le tocará esa papa caliente. Ojalá encontremos la solución realista que permita que el transporte público no se caiga en pedazos y que funcione como debe funcionar. Un transporte público deficiente no solo que es una afrenta al ciudadano, sino que además, es un elemento de disminución de la productividad, del estado de ánimo y de la calidad de vida de toda una comunidad.

Si no separamos la demagogia y el populismo de este tema, politizando como hasta hoy las tarifas, jamás tendrá una solución correcta, y si no entendemos que hay que quitar el subsidio indirecto del combustible y focalizarlo directamente, tampoco el Ecuador seguirá por el camino correcto. (O)