Es probable que en las elecciones y en la consulta de febrero se manifiesten los efectos negativos que dejaron los problemas vividos en los últimos años en el estado de ánimo de la población ecuatoriana. El fin del auge económico, la incapacidad del gobierno de Lenín Moreno, el trauma humano y económico de la pandemia, la ausencia de rumbo claro del actual Gobierno y el avance de la inseguridad están pasando su factura no solamente en lo material, sino también en la subjetividad de las personas. Las encuestas que indagan sobre opiniones y percepciones demuestran la pérdida de confianza en las demás personas, en las instituciones y en las autoridades, así como del temor a nuevas amenazas y de la desesperanza respecto al futuro. Términos como miedo, impotencia, frustración, pesimismo y escepticismo son los más utilizados y adecuados para calificar al estado de ánimo colectivo.

La tendencia general se orienta hacia la patada del tablero como una forma de expresar el rechazo...

No es la primera vez que se configura una situación de este tipo y tampoco es una particularidad de Ecuador. Por ello, porque hay experiencia acumulada, se conocen los riesgos que se desprenden de las decisiones colectivas tomadas en esas condiciones. La tendencia general se orienta hacia la patada del tablero como una forma de expresar el rechazo a lo que se percibe como una situación inmanejable. En nuestro caso ya ocurrió en varias ocasiones. Las elecciones de Bucaram, Gutiérrez y Correa fueron claras expresiones de la búsqueda de soluciones al margen de lo que podría considerarse como el ordenamiento formal de la política. Ciertamente fueron expresiones del agotamiento de este, pero también fueron declaraciones de una impotencia colectiva que dejaba la solución en las manos de un líder sin ataduras. El mensaje era que alguien, un individuo, no un partido ni una organización política, se encargara de darle el revolcón al statu quo, porque conjuntamente parecía imposible lograrlo. Por obvias razones, los dos primeros fracasaron. El tercero tuvo éxito mientras contó con recursos y porque, apoyado en su indiscutible liderazgo, pudo controlar todos los resortes de la máquina gubernamental. Pero su herencia se diluyó en cuanto dejó el cargo y el vacío volvió a provocar el vértigo colectivo.

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En ese vacío se desarrollará el proceso electoral que, en sí mismo, será bastante más complejo que las tradicionales elecciones locales y provinciales. En esta ocasión cada elector urbano deberá pronunciarse sobre tres autoridades seccionales (prefectos provinciales, alcaldes cantonales, concejales municipales) y cada elector rural deberá hacerlo por una más (miembros de las juntas parroquiales). A esas listas se añade la de los integrantes del Consejo de Participación Ciudadana y, en caso de que se decida hacerla el mismo día, la que contendrá las preguntas de la consulta propuesta por el Gobierno. Incluso podría haber una más si se revive la consulta del grupo Yasunidos. Todo esto ocurrirá en un contexto en el que los escasos partidos políticos que aún sobreviven no tienen capacidad para cumplir el papel que algunos politólogos denominan atajos cognitivos, esto es, que puedan poner algo de racionalidad en la contienda. El vacío, en términos de opciones hacia el futuro, será más visible debido al carácter parcelado de la elección. La apuesta en contrario se encuentra en la consulta, que por el momento es de diagnóstico reservado. (O)