Cuando hace ya más de dos décadas Beatriz Pinzón tuvo el primer encuentro íntimo con su idolatrado “Don Armando”, en un hotel emblemático de Bogotá, casi toda Colombia se paralizó para ver ese episodio que, por ser grabado recién en la víspera, seguía siendo secreto, cosa que ahora las redes sociales difícilmente nos permitirían.

Y no solo con ese capítulo, sino con muchos más de la exitosa Yo soy Betty, la fea, su creador, Fernando Gaitán, lograba nuevamente cliquear con la sociedad colombiana, que había cambiado sus salidas sociales para antes o después de la emisión del capítulo del día, que mientras estaba al aire mandaba a un segundo o hasta tercer plano a los hechos del día en un país que venía de una cruenta batalla contra el narcotráfico y en esos días libraba otra con la narcoguerrilla, cuyos miembros habían llegado a tomar posición en La Calera, a menos de 50 kilómetros de la capital colombiana. Algo así como la distancia que hay entre Guayaquil y Cerecita.

Elecciones seccionales de Ecuador 2023

Gaitán la tenía clara: su ficticia historia de amor cenicientística entre la secretaria insignificante y el lover empresario era un bálsamo para una sociedad carcomida por la violencia, que aparentaba normalidad, pero que vivía con miedo. Me lo dijo mientras lo entrevistaba en el mismo set de grabación, donde la historia se iba cocinando, con apenas un día de ventaja de lo que estaba al aire, porque iba al ritmo de las reacciones de la audiencia. Una efectivísima aplicación de aquello de “al cliente, lo que pida”.

(...) decidieron mirar hacia otro lado que no sea la violenta realidad que vivimos en Guayaquil...

He recordado a Gaitán, con la salvedad de la distancia creativa que sin duda hay, al consumir las campañas electorales de muchos de los que van mañana a ser juzgados en las urnas: decidieron mirar hacia otro lado que no sea la violenta realidad que vivimos en Guayaquil para, a través de bromas, canciones, bailes y pertrechos, crear esa pausa irreal entre quienes hasta a votar iremos con miedo a ser atracados.

Y como en ese tema el síndrome de Poncio Pilatos ya genera mucho rechazo, han optado por lanzar tan novedosas como disparatadas propuestas de seguridad, que van desde la apertura total de áreas públicas –hoy enrejadas–, pasando por el afán de multiplicar varias veces el numérico de la policía metropolitana, desviándola de sus propósitos, hasta prometer que lograrán la autorización, hasta ahora negada, de que esos uniformados puedan usar armas, aunque sean no letales. Todo aquello matizado con bailes, brincos, globos, colores y muchos minutos de videos con doble sentido y connotación sexual, o con la simulación de una ametralladora en acción.

Eso marca en mí, en muchos más creo que también, una angustiosa sensación de no estar plenamente informado para hacer una buena elección de autoridades seccionales.

La pandemia, que está cumpliendo tres años de haber atacado de manera feroz, parecía hasta ahora lo peor que le podía haber pasado a Guayaquil, al Ecuador, que sin embargo se han levantado. Ahora dudo si los efectos de una mala decisión que tomemos mañana puedan ser aun más devastadores y a qué costo. Quedan aún algunas horas para meditarlo con responsabilidad, elegir y luego exigir coherencia a quienes resulten electos. (O)