En el Ecuador, como en todo el mundo, las elecciones no han logrado garantizar el bienestar material y espiritual de los ciudadanos, objetivo fundamental de la democracia. La historia electoral ecuatoriana registra: gobiernos elegidos, revoluciones, golpes militares, dictaduras y fraudes. Desde inicios de la República, el sistema de comicios electorales fue indirecto; se delegaba con el voto su definitivo ejercicio a terceros.

La Constitución impide al electorado decidir con su voto, en la segunda vuelta, acerca de los contrapesos parlamentarios...

La Constitución de 1861 estableció limitadamente el voto directo y universal, y, desde 1895 la Revolución liberal con todos sus aciertos y errores, ejerció el poder por los posteriores 50 años. Solo a partir de 1944, con la elección de diputados a la Constituyente de ese año, con ‘La Gloriosa’, se obtuvo el sufragio limpio, la obligatoriedad del voto y la representación de las minorías. Desde entonces los ecuatorianos, excepto en los dos breves periodo de dictadura militar, hemos ido a las urnas con un alto grado de confianza en que se respete la voluntad popular, sin embargo, a veces ha sido manipulada en alguno que otro proceso electoral.

En 1978 constitucionalmente se estableció el régimen de partidos políticos; elección exclusiva para sus afiliados, el balotaje y la doble vuelta. Inalterable hasta el presente.

La organización y propósitos de los partidos políticos tiende a captar el poder, para encauzar y dirigir el Estado, de acuerdo a su declaración de principios doctrinarios. Hasta el año 2006, en el Ecuador, se encontraban inscritas no más de doce organizaciones políticas, y, los partidos políticos triunfadores en elecciones presidenciales no contaron con una mayoría legislativa.

Actualmente el Registro Nacional Permanente de Organizaciones Políticas mantiene habilitados entre partidos políticos y movimientos nacionales, 67 provinciales, 173 cantonales y 19 parroquiales, con un total de 276 contendores para las elecciones de 2023, como resultado de 50 años de fragmentación de la vida política y del multipartidismo. Una “colcha de partidos”, que se justifica para las elecciones seccionales, por cuanto los elegidos en las respectivas circunscripciones son los más calificados para resolver los problemas locales.

La Constitución de 2008, a pesar de ser eminentemente presidencialista, adolece de un error garrafal: no proporciona al elegido el sustento político necesario, al establecer las elecciones parlamentarias en la primera vuelta electoral. Impide al electorado decidir con su voto presidencial, en la segunda vuelta, acerca de los pesos y contrapesos parlamentarios, donde residen gran parte de los factores reales de poder. Genera una fragmentada anarquía parlamentaria.

Su reforma es urgente. Para el balotaje, con gran parte de la ‘colcha de partidos’, bien podría conformarse una verdadera alianza nacional, obteniendo el apoyo a su programa de gobierno quien resulte electo, compartiendo el poder en un régimen presidencialista y, de hecho, a la vez, generando un bipartidismo parlamentario y los factores de poder complementarios. ¿Sería esta la democracia a la que Churchill llamaba: “el peor sistema de gobierno, a excepción de todos los demás”? (O)