En ocho días todo el mundo se habrá olvidado del pacto con el correísmo. En ocho días nadie hablará del tema. Seguro que pronto habrá otro asunto del que hablar, algún escándalo por allí que entretenga a la gente. Seguramente esta debió ser la música de fondo que se repetían unos a otros para tranquilizarse y armarse de valor ante la decisión que estaban por tomar: canjear la impunidad de Correa y su mafia por un puñado de votos en la Asamblea. Y no es de extrañarse. En parte, porque es una visión que no dista de la realidad. La sociedad del espectáculo en la que vivimos, y que fuera tan bien retratada por Guy Debord en 1967, ha ido enflaqueciendo nuestra memoria colectiva hasta convertirnos en simples marionetas de escándalos que suceden unos a otros, una sociedad donde el ser ha ido cediendo al tener, y este al parecer. Pero quienes creyeron que la especie de amnistía moral que iba a recibir Correa pronto iba a ser olvidada se equivocaron. No cayeron en cuenta de que para todo hay límites. Límites cuya transgresión conlleva enormes e irreparables consecuencias históricas. Esos límites y esas consecuencias no siempre las tienen claras los expertos y gurús en técnicas de campañas electorales que luego se convierten en asesores políticos.

¿Cómo se les ocurrió pensar que en 8 días íbamos a olvidar la destrucción que causó Correa al Ecuador? ¿Acaso en 8 días íbamos a olvidar que el suyo fue el régimen más corrupto que ha tenido el Ecuador desde que es república? Su violencia contra las mujeres, contra los empresarios, contra los líderes sociales, contra los periodistas, su persecución enfermiza contra todo aquel que pensara diferente, su vulgaridad, su prepotencia, su corrupción, su doble moral: ¿las íbamos a olvidar en 8 días? ¿Puede olvidarse en 8 días su responsabilidad en haber permitido que el Ecuador se convierta en tierra fértil de narcotraficantes y sicarios, en haber fomentado una clase de nuevos ricos que hicieron crecer sus fortunas a base de sus relaciones con el Estado y no por su trabajo honesto? Durante esa década y más, el país perdió una oportunidad histórica de salir de su postración y pobreza. Se desperdiciaron unos 200.000 millones de dólares, entre robo y despilfarro, entre demagogia y estupideces. El Ecuador no volverá a tener una situación de bonanza como la que tuvimos. El creer que todo esto iba a ser olvidado en 8 días es no haber comprendido el terrible daño que le causó al Ecuador el discurso de odio y revanchismo de Correa.

Pero estos gurús de la comunicación y estrategas de campañas no contaron con otras dos cosas. No contaron con la textura ética del presidente Guillermo Lasso ni con los cambios que han ocurrido en la sociedad ecuatoriana durante los últimos años, una sociedad que se ha fortalecido precisamente bajo la tiranía correísta. El Ecuador de los años 90, los años del pacto de la regalada gana y del dueño del país manejando la justicia desde una hamaca en El Cortijo, no es el mismo Ecuador de hoy. Los pactos para elegir a las dignidades legislativas no siempre han asegurado gobernabilidad. Pero los que se tejen con delincuentes solo llevan al fracaso político y el naufragio ético. Los líderes que no son capaces de percibir los cambios en las sociedades que pretenden guiar terminan indefectiblemente echados en la cuneta de la historia. (O)