Siempre me ha emocionado oír orquestas, por la capacidad de escucha y de sincronía entre todos sus miembros. Me parecía una manifestación clara de cómo los humanos pueden obtener resultados impresionantes cuando trabajan en equipo, sacudiendo nuestras fibras más íntimas. Pero me he puesto a observar con más detalles y mi entusiasmo inicial se ha ido transformando en una serie de preguntas a partir de descubrir, más abajo de la superficie, realidades que tal sincronía demanda.

Los artistas de una orquesta desaparecen en el conjunto, su trabajo bien hecho supone que su interpretación, su sonido, se funde en el conjunto. Nadie alaba a un violinista a menos que haga un solo, alaba la interpretación de la orquesta. Su interpretación no pasa por su gusto personal sino por la manera como el director interpreta y concibe la pieza, la melodía, la obra que ejecutan. Se espera que los músicos obedezcan ciegamente a la manera de concebir la obra del director, en una especie de sumisión, que deja al margen sus gustos personales en función del bien mayor que supone interpretar juntos una obra que supera su sola interpretación personal, que se funde en el conjunto y logra algo que solos jamás podrían lograr. Las habilidades personales quedan sumergidas en el sonido global que se disfruta al oír una pieza que nos conmueve.

Algunos músicos, como a veces los de percusión, tienen una interpretación breve en el conjunto de una obra, pero esta es descollante y apuntala toda la ejecución; un error sería devastador.

Pensaba todo esto a partir de la convocatoria que recibimos del nuevo presidente a construir el Ecuador del encuentro.

Hay similitudes y convergencias. En la urgencia de reconstruir un país sometido a varias catástrofes: económicas, políticas, sanitarias, ambientales, educativas, judiciales, poder levantarlo es tarea de todos, cada uno desde su espacio, su lugar. Todos necesarios, todos importantes. Todos imprescindibles. Hacen falta todos los poderes, todas las instancias, las públicas y las privadas, todos los saberes. Demanda un cambio de actitud para reconocernos diferentes, pero empujando el barco en la misma dirección. Como los músicos de la orquesta.

Esa convocatoria constituye un desafío para la nueva Asamblea, donde la imagen de la asambleísta llorando después de votar una moción con la que aparentemente discrepaba me llevó a pensar en la orquesta. Los políticos en general quieren ser escuchados, ellos y muchas veces sus voces estridentes, a veces sin importar lo que digan, solo porque en medio de tantos representantes, pasan desapercibidos. Ahora se les pide trabajar en conjunto sobre las necesidades esenciales, ser ellos mismos, que las diferencias sean aportes que incorporar a una construcción común. Construir consensos no es lo mismo que ser unánimes, el consenso demanda esfuerzos para satisfacer intereses legítimos. Y nos convocan a ese quehacer a todos los ciudadanos, funcionarios, trabajadores, educadores, empresarios, sociedad civil. Todos convocados a reconstruir un país en escombros. Tarea compleja y necesaria, que supone cambios de actitud notorios dado el entrenamiento continuo que hemos recibido en confrontación, insultos y prepotencia. Habrá que desaprender para aprender. (O)