El viernes, al escribir este artículo, se pueden delinear de manera muy general los escenarios que se abrirán a partir de la jornada electoral. El primero, referido a las elecciones provinciales y municipales, es el más sencillo de prever, porque será la enésima ratificación de que la política nacional es un juego en el que ya no tienen cabida los partidos. Ciertamente, es probable que haya una o dos corrientes (el correísmo y Pachakutik) que logren imponerse en más de unas pocas provincias y cantones. Pero, si al uno se lo mide con su propia vara se concluirá que sin el líder se va haciendo cada vez más marcado el descenso de su votación. El otro seguramente volverá a relegarse a la Sierra y a alguna provincia amazónica, con poca expectativa de repetir los sorpresivos resultados de hace dos años. Los demás partidos presentarán como un triunfo heroico la obtención de una o dos alcaldías. El resultado más probable será la sopa de letras de los doscientos y tantos movimientos regada sobre el mapa del país.

Los escenarios que pueden derivarse de la consulta son más complejos y pueden incidir decisivamente sobre el futuro inmediato no solo del Gobierno, sino del país. Si la ciudadanía aprobara todas las preguntas, le daría una bocanada de aire fresco a un presidente que tiene poco espacio para respirar y que se ha encerrado en un medio nada apto para ello. Si no se envanece con ese resultado podría aprovecharlo para dar el giro desde la visión tecnocrática de los indicadores macro hacia la realidad pragmática de las necesidades de la mayoría de la población. La incógnita está en saber cuán probable es ese resultado y sobre todo qué apertura tiene para escuchar el mensaje.

Si la decisión ciudadana aprobara unas preguntas y rechazara otras, se mantendría la situación actual.

Si la decisión ciudadana aprobara unas preguntas y rechazara otras, se mantendría en términos generales la situación actual. El Gobierno reivindicaría lo suyo, la oposición haría lo propio, los más radicales encontrarían terreno adecuado para volver a incendiar las calles y se mantendría la incertidumbre sobre la muerte cruzada o el derrocamiento como soluciones más socorridas. En síntesis, sería la continuación potenciada de lo que hemos visto a lo largo de los dos últimos años. El Gobierno estaría obligado a hacer política en serio, que es algo que parece desconocer hasta el momento.

El escenario más claro se configuraría si el resultado fuera negativo en todas las preguntas, porque sin duda sería capitalizado por la oposición más dura, vale decir, el correísmo y el pachamamismo mariateguista de Iza. Esas dos corrientes podrían sentirse con vía libre para llevar adelante lo que han intentado en varias ocasiones, sin descartar nuevos octubres o junios. En lo institucional podrían contar con el oportunismo de los partidos minoritarios de la Asamblea y de las facciones que han demostrado enorme habilidad para subirse al carro ganador. Al Gobierno le resultaría difícil mantener a los escasos aliados con que cuenta e incluso no sería extraño que se produjeran movimientos en el otro poder, el Judicial, para volver a los peores tiempos de la judicialización de la política.

Una ensalada tóxica de movimientos minúsculos acaudillados localmente –muchos de ellos deudores de dinero sospechoso– y una consulta inconsulta dejan un panorama confuso. (O)