El mundo atraviesa una de las etapas más complejas de la historia contemporánea. Sin duda, los efectos causados por la pandemia tomarán años en ser analizados y comprendidos por los expertos.

En el Foro Económico de Davos, el secretario general de las Naciones Unidas, Antonio Guterres, aseveró que estamos frente a una “tormenta perfecta” y manifestó su preocupación por la incapacidad de los países para alcanzar acuerdos, frente a una problemática que nos afectará a nosotros y a las generaciones venideras.

Estamos frente a una realidad castigada por tres crisis.

La crisis de la salud ha desnudado las inequidades y una falta de solidaridad que resquebrajó al multilateralismo. Las potencias fueron incapaces de superar sus rivalidades geopolíticas y enfrentar colectivamente a la pandemia, que afecta no solo a la comunidad global, sino a cada uno de nosotros. Resultó aberrante presenciar cómo los países desarrollados prohibieron la venta de vacunas e insumos a nuestros países en medio de esta crisis. Esa mezcla de indignación y hasta de ira del sur global también afecta la cohesión multilateral y añade a la fragmentación, frente a un enemigo común que nos mantiene en emergencia.

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En plena catástrofe humanitaria, por la que han muerto seis millones de personas –según cifras oficiales–, la Federación Rusa invade Ucrania, lo que aparte de las irreparables pérdidas humanas y destrucción, agrava la situación global alimentaria.

La segunda crisis global es de carácter económico. Los remezones de la presidencia de Donald Trump y los efectos de la pandemia han llevado a muchos analistas a pronosticar el fin de la globalización. Los mercados, tan requeridos para nuestro desarrollo, se perderán en las rivalidades de la confrontación de dos mundos, dos visiones y dos realidades. Esta lucha entre China, como potencia ascendente, y los Estados Unidos, como potencia dominante, nos pone exactamente en la trampa de Tucídides, pronosticada por el profesor Graham Allison, de Harvard. Esa confrontación puede romper al sistema global y generar dos mundos contrapuestos, que hoy luchan por el control y predominio de los semiconductores, pero mañana crearían alianzas regionales y el mundo se dividirá en dos bloques militares y comerciales. Dos mundos rivales contrapuestos, en vez de cooperantes.

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La tercera crisis es climática. En este mundo de rivalidades, caminamos como sonámbulos al precipicio de su autodestrucción. Pese a todos los compromisos, no logramos bajar el calentamiento global de 2,5 a 1,5 grados. El mundo es incapaz de hacer frente a esta catástrofe.

El denominador común global que encontramos es la falta de voluntad política. El predominio de intereses seculares lleva a la ruptura del diálogo como instrumento para lograr acuerdos en la comunidad internacional, lo que imposibilita la cooperación y la solidaridad y genera una fragmentación de la comunidad internacional con imprevisibles consecuencias.

Los liderazgos ilustrados que buscan el bien común sucumben ante la paranoia de la ambición y de los intereses. (O)