Fue Borges quien dijo que una obra literaria emerge de la realidad o de otro libro. Y bien que lo supo él, tanto por sus ingentes lecturas como por su propia creación, en la que en ocasiones partió de algún libro antiguo, inventado o no. Con La Eneida en la memoria reparo en un par de eslabones que no podrían haberse creado sin el antecedente glorioso del maestro latino. La primera es La divina comedia, producto de esa obsesión de la cultura universal por el tema de la muerte. La cuna cristiana de Dante Alighieri lo lleva a contar –libérrimamente– con la doctrina de su iglesia, a pesar de que es heredero directo del poema romano donde la mitología grecolatina explica el más allá.

El primer homenaje que hacen los tercetos del florentino es al maestro Virgilio, tomado como guía de ese momento “en la mitad del camino de la vida”, cuando el alma se pierde y tiene oportunidad de explorar lo que puede esperarle a su muerte. El Averno concebido como un doble territorio –Elíseos y Tártaro– en el poema del siglo I a. C. se convierte en los nueve círculos del Infierno, del Purgatorio y Paraíso. Las almas de los niños se agolpan en las orillas de la laguna Estigia (¿el adelanto al Limbo?) y los que pecaron por amor son los primeros que Eneas, el visitante, ve. Estas y muchas son las huellas virgilianas en el poema medieval, que con su sentido crítico anunció que el mundo se abría a una nueva edad. La audacia del autor, de colocar a pecadores con nombre y apellido dentro de los lugares de castigo –hasta a un papa entre ellos– hizo equilibrio entre la ficción, la tradición y la novedad.

Irene Vallejo es el nombre de la filóloga española que a mediados de la pandemia impactó con un libro que ha tocado la puerta de los países y de los lectores (acaba de ganar un premio en China): El infinito en un junco (2020). Se trata de la historia de la aparición del libro como objeto precioso de cultura y de todos los afanes de crearlo, preservarlo, almacenarlo. El carácter de especialista en literatura clásica y sus lenguas, y su capacidad de remozamiento de esos datos para hacerlos llegar a nuestros días, marca sus textos en un estilo simpático, cercano y diáfano, de deliciosa lectura.

Una de las características de los clásicos es... la de sugerir multiplicaciones renovadas...

Yo la encadeno con Virgilio y Dante en su obra El silbido del arquero (2016) porque extrae su materia prima de los cuatro primeros cantos de La Eneida para concentrar en una novela corta una historia de amor, una visión del mundo sin dioses (dándole la palabra exclusivamente a Cupido, congelado en una eternidad envidiosa de las pasiones humanas), un uso de la palabra personal de parte de los amantes Eneas y Dido. El destino pesa sobre el héroe que tiene que fundar una ciudad que derivará en la gran Roma, pero el corazón tiene libertad para decidir entre la vida y la muerte. Lo mejor de la novela, a mi entender, es la inclusión de un atormentado Virgilio que se siente incapaz de escribir el encargo de Octavio Augusto, hasta que un chispazo de revelación hace luz en su mente.

Una de las características de los clásicos es precisamente esa: la de sugerir multiplicaciones renovadas, la de encadenar discursos, la de sobrevivir bajo diferentes miradas que convierten en carne nueva algunas obras que revelan, sin disimulo, las aguas donde abrevan y hacen más caudaloso el río de la literatura. (O)

Fe de errata:

En la edición impresa de este artículo del jueves 1 de junio se puso por error el título “Eslabones de una carrera”, pero lo correcto era “Eslabones de una cadena”. Pedimos disculpas a la autora y a los lectores.