Me gusta este mes, ¿y a ustedes? Es un mes especial porque en este entorno confluyen los símbolos culturales y religiosos. Las casas se iluminan, hasta hacernos creer que el barrio está más lindo, más tranquilo y más alegre.
En los hogares se reserva un lugar especial, donde las familias recrean una de las historias más conmovedoras que se pueda imaginar; un pesebre, cuya puesta en escena construye una imagen dulce con varios personajes: papá, mamá y un niño recién nacido (cuya madre alumbra esa nueva vida, en medio de una migración); además, reyes magos, que viajan a obsequiar a ese bebé unos regalos; y también, vecinos curiosos que se conmueven ante el pequeño que descansa, rodeado de los animales de un establo…
No cabe duda que frente a un pesebre se puede reflexionar varias cosas.
Primero, María y José viajan a cumplir con su deber de censarse, es decir, hay en ellos la conciencia de ciudadanía. Segundo, las circunstancias de un embarazo, sorprenden a María, por lo que ella a pesar de su vulnerabilidad es parte de la acción ciudadana. Tercero, alguien cede un lugar donde los viajantes pueden descansar, lo que muestra la solidaridad hacia el extraño. Cuarto, ese lugar ya tiene otros seres presentes, los animales del establo. Quinto, un bebé nace y su nacimiento conmueve hasta las estrellas. Y sexto, la noticia de su llegada convoca a diversas generaciones, clases sociales y culturas que se congregan frente a la improvisada cuna, en un acto simbólico de desear con todas sus fuerzas que ese niño sea feliz.
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Un pesebre es un lugar aleccionador, pues nos dice que la seguridad de un bebé está en manos de otros, no solo de sus padres, sino de todo un pueblo, de sus instituciones y autoridades, e inclusive de los otros elementos que están en el medio ambiente, como los animales. Y, sin esas concurrencias, no es posible que un ser humano sobreviva y continúe su vida en dignidad.
Las ciudades son como los pesebres; para que sus barrios tengan armonía, requieren de la convergencia de voluntades y la humildad suficiente para que –dejando de las diferencias– nos congreguemos a actuar, por el bien de las nuevas generaciones. Nuestros niños y niñas –sin importar dónde hayan nacido– merecen vivir en ciudades seguras, transitar por calles iluminadas y pisar firmes, con la certeza que todas las personas solo quieren su bienestar.
Cada diciembre, con las luces que titilan y los espacios adornados con pesebres la esperanza renace y muy adentro, en lo profundo de nuestro corazón, todos deseamos ser ese bebé, volver a sentirnos seguros, protegidos, amados y optimistas y que el entorno que nos rodea permita que nuestros sueños se desarrollen. Pero, no somos ese bebé. No es adecuado llorar, quejarnos y pedir que otro solucione nuestros problemas, eso no puede ser el tono de nuestra actuación. Somos adultos, somos parte de las familias, de los barrios, de las ciudades y de este país que merece una mejor suerte. Actuemos… (O)