Hacíamos un taller de gestión de conflictos. Les preguntamos a estudiantes de un colegio que prepara muy bien a sus estudiantes, tiene tutores que son amados por los jóvenes, qué conflictos querían abordar. Nos sorprendió que además de aquellos más cercanos a su edad y a su problemática pidieran abordar los conflictos que tiene el país y los conflictos que se dan en los deportes. Y dentro de los deportes el fútbol. Nos explican. Discutimos mucho en la cancha, los resultados, el arbitraje. Terminamos peleando.

Y sin embargo el fútbol debería ser un deporte privilegiado para coordinarse en equipo y festejar el nosotros, no solo el yo. Y tener hinchas que, por principio, son más que los jugadores, debería ser una fiesta. Al decir de Galeano en su bellísimo libro El fútbol a sol y sombra, jugar sin hinchas es como bailar sin música.

El problema es cuando los hinchas se convierten en fanáticos, como sucedió en el encuentro entre Deportivo Quito y Espoli, y la violencia que invade todos los espacios se hizo presente, sin medir consecuencias aun para el equipo que quieren defender. Los árbitros fueron agredidos por una turba enardecida.

El trabajo del árbitro, a decir de Galeano, consiste en hacerse odiar. Siempre lo silban, jamás lo aplauden. “Aguanta insultos, abucheos, pedradas, maldiciones”. Pero cuanto más lo odian, más lo necesitan.

Quizás una de las falencias personales y colectivas sea la necesidad de aceptar el fracaso.

El ataque sufrido por los árbitros llevó a medidas disciplinarias consideradas leves, trajo como consecuencia, huelga de árbitros, suspensiones de juegos, problemas en los clubes, en los campeonatos y en todo lo que rodea a cada equipo.

Un cuento de Thony de Mello habla de Jesús viendo un partido de fútbol. “Fue una feroz batalla entre los protestantes y los católicos. Marcaron primero los protestantes. Jesús aplaudió alborozadamente y lanzó al aire su sombrero, después marcaron los católicos. Y Jesús volvió a aplaudir entusiasmado y nuevamente voló su sombrero por los aires. Esto pareció desconcertar a un hombre que se encontraba viendo el partido. Dio una palmada a Jesús en el hombro y le preguntó: “¿A qué equipo apoya usted, buen hombre?”. “¿Yo?”, respondió Jesús visiblemente excitado por el juego. “¡Ah!, pues yo no animo a ningún equipo. Sencillamente disfruto del juego”.

Quizás una de las falencias personales y colectivas sea la necesidad de aceptar el fracaso. Como parte de la realidad. Y construir a partir de allí. En los deportes por dinámica propia, unos ganan, otros pierden, a veces empatan.

En los diálogos que se llevan a cabo en el país entre organizaciones indígenas y el Gobierno, su continuidad está trabada. Ninguna de las partes puede conseguir absolutamente todo lo que plantea, tal como lo desea. Responder con violencia a la frustración de lo que se considera injusto es caer en lo mismo contra lo que se lucha. Superar la injusticia sin entrar en su misma dinámica es el desafío.

Pedir ayuda cuando se la necesita, mostrarse vulnerable es una fortaleza, porque manifiesta que las soluciones dependen de todos y que todos deben involucrarse para no actuar como los hinchas fanáticos o como los líderes que actúan para las masas o el Gobierno que parece sordo y con incapacidad de hablar. Y no estamos listos para hacerlo, por eso es urgente aprender a negociar. (O)