Julio es un mes históricamente adecuado para debatir el federalismo dado que este mes se celebra la fundación de Guayaquil, ciudad de Vicente Rocafuerte y José Joaquín de Olmedo, principales padres fundadores del Ecuador. Aquí se inició la lucha por obtener un mayor nivel de autonomía de la Corona española, luego del centralismo de Bogotá y posteriormente, y de manera recurrente, de Quito.

Desde esta ciudad Olmedo formó en octubre de 1820, como primer acto del gobierno independiente de la Provincia de Guayaquil, la División Protectora de Quito, el ejército que luego haría posible la independencia que celebramos el 24 de Mayo de 1822. Aquí se fundaron los primeros hospitales públicos con aportes privados –por ende, realmente autónomos– y se ha recibido a pacientes de todo el país desde 1888 (el Ministerio Público de Salud nació en 1967; antes de eso, la asistencia estatal asumió en 1926 los fondos de la Sociedad de Beneficencia de Olmedo fundada por guayaquileños en Quito).

Esto no es porque los guayaquileños hayan sido más buenos que otros ecuatorianos, sino porque aquí hubo más riqueza y prosperidad en relación con otras ciudades, hasta antes del descubrimiento del petróleo. La generosidad requiere de haber podido, primero, acumular suficiente riqueza y luego poder ayudar a otros.

... cosas que funcionan bien en varias ciudades alrededor del país no están en manos del Gobierno...

Quienes, por cualquiera que sean sus razones, ni siquiera quieren discutir acerca de qué hacer con el problema de una administración pública excesivamente centralizada utilizan algunos argumentos evasivos. El más común de estos es que la corrupción y el despilfarro serían peores a nivel local que si lo dejásemos como está en manos del Gobierno central. Pero esto olvida o ignora el hecho de que con la segunda bonanza petrolera y la mayor concentración de poder durante el correísmo, se exacerbaron estos males y que el Gobierno central ya va para el octavo año en crisis fiscal. Cualquier descentralización de competencias a los cantones, con su respectiva capacidad recaudatoria, regulatoria y de gasto, reduciría el espacio para cometer daños y abusos.

Otro argumento evasivo es aquel que dice que Quito es una economía más importante que las del resto de ciudades del país y que, por lo tanto, no podríamos asumir mayores competencias. Este es el argumento de “después de mí, el diluvio”. Realmente, muchas cosas que funcionan bien en varias ciudades alrededor del país no están en manos del Gobierno nacional, hablando de lo que conozco: en Guayaquil funcionan relativamente bien la recolección de basura, el acceso al agua potable, el alumbrado público, etc. Funcionan mal competencias del Gobierno nacional como educación, salud, seguro social, seguridad, etc. Dicen que muchos cantones alrededor del país tienen economías demasiado insignificantes como para poder subsistir sin las transferencias del Gobierno central. ¿Es esta una preocupación genuina por el bienestar de otros cantones o, más bien, de quienes se benefician del modelo actual?

El argumento evasivo más débil es aquel que dispara al mensajero, Jaime Nebot en este caso. Debemos superar las hostilidades personales para impulsar una descentralización profunda. A todos nos conviene una mayor competencia tributaria y de otras políticas públicas entre los cantones, provincias o regiones. (O)