Como tantas cosas buenas que nacen en Twitter, hace años se conocieron en esa red tres mujeres que labraron una amistad de alegrías y abrazos ya físicos. A Mónica Ron Toledo “@LaMan_ena” se le ocurrió que sería muy bueno juntar en algún lugar a tanta gente que crea maravillas y las enseña en sus redes sociales. Enseguida, Ma. Eugenia Morales “la @quiteñamona” y Silvia Ramos “la @sarcasmoholica” agarraron viada de modo que para fines de noviembre nació la primera #FeriaTuiteraDeEmprendedores.

Como mujeres trabajadoras de mil oficios vieron que por cada obstáculo se abrían nuevas oportunidades. Así decidieron contra lluvia y burócratas desafiar el miedo a gastar tiempo y dinero. Organizar una feria es mucho más que planear el sitio e invitar gente. Los costos de un buen lugar con acceso fácil, estacionamiento, alquilar mesas, carpas, etc., son de por sí complicados. Pero sin duda lo más tortuoso es completar los interminables pasos burocráticos. No solo es el tiempo, soportar la desidia de tantos empleados que parecen recibir sueldo para entorpecer la vida del otro, sino que también cuesta dinero. Por ej., el Municipio pide planes de seguridad y de evacuación, ergo se debe contratar ingeniero especializado en el tema. Por alguna sinrazón, la institución que recibe impuestos para que funcione la ciudad no puede guiar a sus ciudadanos. El experto trabaja con las organizadoras para levantar mapas, revisar materiales, aconsejar sistemas eléctricos y otros, para que todo sea seguro. La parte de lidiar con la burocracia implica permisos de Municipio, Intendencia, Bomberos, Tránsito, etc., comunicaciones a la Policía, zonales y más cuestiones desgastantes.

Desde el inicio la idea fue lograr un espacio de empatía en el que los artesanos se sientan bien, que vean que es posible trabajar juntos para el bien común, de paso aprender de sus clientes y vecinos vendedores.

Los artesanos y artistas en general tienen muchas dificultades para mostrar sus emprendimientos, cuesta mucho lograr visibilidad vía propaganda o en almacenes que, por otro lado, son escasos. En la mayoría de bazares las cosas se dejan a consignación con comisiones de 30 % y los pagos demoran de 2 a 3 meses.

Cada feria es un aprendizaje, para la segunda subieron de 45 a 52 participantes y desarrollaron un reglamento que logra la convivencia más fácil mientras aumenta el flujo de clientes. Incorporaron dos auspicios: Pacaí, un joven de 11 años que desarrolló sales de sabores para un proyecto del colegio con gran éxito en el emprendimiento escolar y también en su primera feria. Y una causa: ayudar a una fundación de perros abandonados.

Desde miles de años la comunidad se crea en el espacio público, en los mercados donde no solo se intercambian productos sino se conversa, se aprende del artesano, del otro. Ojalá el Estado –municipios especialmente– nos facilitaran la vida a todos. En vez de tener parques y lugares preciosos cerrados o semiabandonados, habilitarlos para que más personas muestren lo que crean, para que los compradores aprendamos de gente linda e ingeniosa que nos vende no solo su obra o arte culinario, sino que regala sonrisas y delicias de recuerdos. (O)