Yo quise construir mi imperio con muñecas, peluches, pelotas, y papá no me dejó. Yo quise construir mi imperio con carpas, con cartones, con casas de muñecas, papá no me dejó. Finalmente intenté construir mi imperio con tortas, chocolates y potajes, nuevamente papá me lo impidió. ¡Qué manía tenía de hacerme compartir todo! Muchos años después entendí que los imperios no eran un buen negocio; que si no se comparten, no sirven para un carajo.

Las fotos de los “barbudos” no me dejan dormir, le dijo la abuela a mamá. Yo sabía que era mentira, que dormía a pierna suelta, pero los afiches de Fidel Castro y del Che Guevara le perturbaban. ¡¿No ves que son comunistas?!, me decía, poniéndome las manos e implorándome que los quitara de la puerta del clóset, pero yo no estaba loca, amaba esas fotografías. La foto del Che no era aquella famosa captada por Alberto Díaz, (Korda) no, era una en la que sonreía medio de lado, detrás de un humo blanco. La de Fidel era melancólica, con un cigarro en la boca y la mirada perdida. A mí me parecían los hombres más guapos del mundo.

Pero más allá de las fotos que peligraban ante la abuela, eran sus ideas de justicia y libertad las que me enamoraban. Cuando veía las fotos recordaba el viejo radio de dos bandas en el que papá oía noticias de Cuba, quería saber de primera mano lo que sucedía en ese pequeño país. Le emocionaba la revolución, la ruptura, la posibilidad de un paraíso de igualdad.

Mucha agua ha corrido bajo el puente y la revolución se escapó de las manos de sus líderes, si bien en su primera época los cambios introducidos en la educación, la salud, el deporte y la cultura fueron un ejemplo para Latinoamérica, poco a poco fueron apareciendo las heridas, esas infaltables heridas que ocasionan los líderes que solo miran hacia arriba.

Por la misma época de los afiches, también reemplacé en mi tocacintas a Sandro de América por el cantautor colombiano Pablus Gallinazus: “Mi padre fue un peón de hacienda y yo un revolucionario, mis hijos pusieron tienda, y mi nieto es funcionario”. Parece que Cuba se llenó de funcionarios, delegados, miembros de comités, comandantes y esbirros que se apartaron de las necesidades de la gente.

Tal vez Camilo Cienfuegos, Huber Matos y otros alertaron al líder de la posibilidad de que eso pasara, pero Fidel no lo vio. Muchos cubanos abandonaron la isla y Fidel tampoco lo vio. Un hombre de su inteligencia no tuvo la sensibilidad para ver que eternizarse en el poder no era una buena decisión. Heredar el trono a su hermano, tampoco.

Visité Cuba hace varios años y admiré y quise a su gente más que antes. Reconocí su valor y entereza, su dignidad para seguir de pie. Pero parece que el cansancio de tantos años colmó la paciencia de los cubanos y ya no dan más. No hay mal que dure cien años ni cuerpo que lo resista, repetía la abuela.

Me duele Cuba, como me duelen Chile, Venezuela y Brasil. Me duele el pueblo cubano y el fracaso de un sueño que no se concretó por la ambición desmedida y la ceguera de los líderes que no entienden que los imperios no son un buen negocio; si no se comparten, no sirven para un carajo. (O)