Al ver en estos días en la prensa mundial y nacional los desaciertos cometidos por tres notorios personajes por la falta de control de sí mismos, por vanidad, engreimiento, me he acordado de los versos de José Zorrilla en su poema A buen juez mejor testigo, en el que relata cómo el modesto soldado Diego Martínez, ya ascendido a capitán y ennoblecido por sus hazañas militares, deja de cumplir su promesa de matrimonio a Inés de Vargas, hecha en privado, pero de la que había sido testigo el Cristo de la Vega, quien rindió testimonio aseverando la verdad de la promesa. Y refiriéndose a la falta de fe de Martínez, dice el poeta: “Así por sus altos fines/ dispone y permite el cielo/ que puedan mudar al hombre/ fortuna, poder y tiempo”.

El primer ministro de Gran Bretaña ha pedido perdón a su nación, y a la reina, por haber organizado fiestas en su oficina de la tradicional 10 Downing Street, con más de cien personas, colaboradores y amigos, al tiempo que prohibía, por la pandemia, reuniones de más de dos personas, bajo prevenciones de severas multas. Por esto hay una indignada reacción que pide la renuncia del jefe de Gobierno; el líder de la oposición, del Partido Laborista, le reclama la dimisión de su cargo. Si se aferra al cargo, el pueblo se pronunciará en las elecciones parciales del próximo mayo. Dentro de su propio Partido Conservador ya hay como cuatro candidatos a sucederlo.

Se gobierna con el ejemplo; si el propio líder infringe sus propias normas, está practicando lo que llamábamos la política del cura: hagan lo que digo, no lo que hago. Se ha perdido la fe pública, la autoridad moral.

En la misma nación, la monarquía acaba de sufrir un espantoso revés: un hijo de la reina está envuelto en un escándalo por su desordenada vida privada, que incluye trata de chicas menores de edad.

Pero la monarquía ha reaccionado con la sabiduría adquirida durante siglos, y ha despojado de todos sus títulos al príncipe réprobo. La reina ha impuesto el valor moral de una conducta personal sin ninguna falta pública ni privada, observada durante más de sesenta años como jefa de Estado.

En el mundo moderno, los monarcas reinan, pero no gobiernan; son el símbolo de su nación, de sus tradiciones. De su respetabilidad depende la continuidad de la existencia de la institución monárquica.

El número uno del tenis mundial, Novak Djokovic, estadísticamente ya el mejor de todos los tiempos, es contrario a las vacunas anti-COVID, pero creyó que las autoridades australianas le autorizarían a ingresar a defender su título de campeón sin estar vacunado. No fue así, y ha estropeado su prestigio y puesto en peligro su condición de número uno. A esto se suma la declaratoria en Francia de que ningún jugador extranjero podrá jugar en Roland Garros sin estar vacunado; como es igual en Estados Unidos y Reino Unido, resulta que o se vacuna o abandona su carrera. Y como de que se triunfa todo sale bien, y cuando se pierde, los amigos le abandonan; por este incidente, su patrocinador, Lacoste, muestra su desagrado con su patrocinado.

Lecciones de vida también para el Ecuador. (O)