Cuando mi hermana me preguntó si quería bailar con ella en la presentación por los 40 años de la academia de Patty Salcedo, casi me muero. Le dije que le iba a hacer pasar vergüenza porque el flamenco jamás ha sido una de mis destrezas, pero ella insistió. Me habló de un baile final donde bailan madres-hijas o hermanas y que ella quería bailar conmigo, así que, frente a eso, acepté.

El día del primer ensayo pensé que había nacido para el baile, me quedé poco tiempo y los pasos fueron muy sencillos, pero lo bueno vendría después, en el tercer ensayo, luego de haber faltado al segundo y no haber practicado nada. Era muy torpe, había pasos nuevos, me confundía, giraba del lado equivocado, sacaba la pierna que no era y levantaba los brazos a destiempo. Me ofusqué y me puse a llorar como niña chica frente a las demás bailarinas con sus hijas y madres presente, entonces se me acercó Patty. Pequeñita de estatura, con ojos grandes llenos de amor, pero con una actitud determinante. Me habló de tal manera que me devolvió la sonrisa y confianza para seguir. Patty Salcedo tiene eso, pasión por lo que hace, pero más allá de bailar extraordinariamente, ese día entendí por qué sus alumnas y la gente que la conoce la llama maestra de maestras. Mucha de la gente que ha estudiado con ella, luego de graduarse han abierto sus propias academias siguiendo las técnicas aprendidas, porque esta mujer de poca estatura es realmente gigante, va dejando su huella positiva al andar y reafirma la confianza en las mujeres que la rodean. El baile es solo el canal por donde logra expresar todo el amor y pasión que lleva por dentro.

Me siento agradecida por haber formado parte de una noche especial con gente luminosa, que baila y sonríe porque sí.

De tal manera que ese día me prometí ensayar de verdad. Con un video desde mi celular practiqué muchas veces en casa. Durante el ensayo general antes de la presentación las cosas salieron bastante bien, las demás bailarinas me apoyaron mucho, pero seguía nerviosa. Cuando llegó esa noche, aparecí algunas horas antes en el teatro, mi hermana me ayudó a maquillar, me puso dos flores grandes en la cabeza “porque una no es suficiente” y me dijo que todo saldría bien. Estuve tras bastidores viendo los bailes mientras esperaba que llegara mi turno. Siempre quedo admirada de la belleza del flamenco y, especialmente, de la luz que irradia mi hermana en el escenario. Mi temor de hacerla quedar mal aumentaba, aunque me distraía por ratos, ayudando en los cambios de vestuario.

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Finalmente, nos anunciaron que el baile familiar era el siguiente y mi corazón empezó a latir con fuerza, pero recordé las palabras de Patty y me dediqué a disfrutar el momento. Por supuesto, me equivoqué varias veces, insisto, el baile flamenco no es una de mis destrezas, pero mi hermana estuvo todo el tiempo haciéndome sentir que lo estaba haciendo perfecto. La mejor parte para mí fue cuando ella me tomó la mano y avanzamos juntas para agradecerle al público, estábamos felices. Me siento agradecida por haber formado parte de una noche especial con gente luminosa, que baila y sonríe porque sí. Como diría Rosa Parks: “Los recuerdos de nuestras vidas, de nuestras obras y nuestros actos continuarán en otros”. Gracias, Patty. Gracias, Débora. (O)