Las Naciones Unidas han distinguido a las leguminosas, familia vegetal a la que se pertenecen las legumbres, con dos extraordinarias nominaciones; la una, cuando señaló al 2016 como el año destinado a su visualización mundial y a la sensibilización de su importancia por las inmejorables bondades que les caracterizan dentro de los alimentos; dada la acogida recibida, agregó el 10 de febrero como el día señalado para festejarlas y rendirles pleitesía, en ambas fechas se sucedieron seminarios, conferencias de capacitación, distribución de folletos alusivos, tendentes a difundir su valor dietético y comercial.

Pero es nuestro interés resaltar algo diferente a los atributos nutritivos, nos referimos a una misteriosa virtud, interrogante de especialistas, que la naturaleza les ha dotado que tiene mucho de extraña, bastante de científica y alto contenido humano. Se describe con rasgos de incredulidad que esos maravillosos vegetales son capaces de transmutar cantidades ilimitadas de nitrógeno atmosférico en efectivos abonos, con el concurso de bacterias que moran en convivencia o en simbiosis con sus raíces.

Son auténticas y vívidas microfábricas de fertilizantes, transformadoras de parte del aire en amoniaco, primer paso de un proceso que implicaría un complejo industrial de fina tecnología, para luego con ayuda de laboriosas bacterias, devenir en nitrógeno, listo para ser extraído por las propias leguminosas o por las especies vecinas con quienes comparten solidariamente el abono natural que elaboran, en una saludable conjunción entre microorganismos y plantas para un beneficio general a la agricultura.

La solidaridad de las vainitas, como se conoce a las suculentas legumbres, es demostrada una vez más cuando comparten el alimento así logrado, con otras especies no emparentadas con ellas, a las que ayudan a crecer y alimentar y después de muertas confundir sus mortajas con la tierra, enriqueciéndola y ofrecer sustancias nutritivas a otros plantíos, sin que tengan que recurrir a químicos costosos y contaminantes.

Se estima que existen alrededor de 20.000 especies de estas originales plantas con enorme diversidad genética, distribuidas en distintas partes del mundo, en forma de hierbas de poca altura, árboles o arbustos, cuyo origen se disputan todos los continentes, al punto que cada uno se atribuye su propia versión, siendo el más difundido, aceptado y sabroso el fréjol común presente en todas las zonas, en algunas considerado endémico o exclusivo de determinada localidad. En nuestro medio son muy apreciadas la soya, el maní, lentejas, garbanzos, los chochos, la alfalfa y muchas otras con inexplotadas características comerciales.

Su consumo, fresco o al vapor, se recomienda a personas con elevada actividad física, adolescentes, madres gestantes, lactantes, adultos mayores y jóvenes, conforme lo destaca el propio secretario general de la ONU, ideales para cultivar dentro de la agricultura familiar y de pequeñas propiedades siendo una actividad inclusiva, precisa para los huertos urbanos comunitarios y familiares, adecuados para sembrar en cualquier espacio no utilizado en los centros poblados. (O)