Existe en nuestro país un arcoíris de playas arenosas que van desde blancas, rosadas, rojizas, naranjas, hasta cafés y negras. A simple vista una playa nos transmite tranquilidad, paz, tal vez las ganas de sacarnos los zapatos y hundir los pies en la arena. Algunas, como si fueran una pintura, parecen eternas y evocan en nosotros la necesidad de caminar sin parar, recorriéndolas para ver dónde terminan.

Las playas contienen restos de criaturas que alguna vez las habitaron, como conchitas, caracoles, caparazones, tenazas, espinas de erizos y estructuras en forma de espiral que construyen los gusanos marinos. Otras guardan las huellas de los animales que las frecuentan, como los rastros de tortugas marinas que salen a anidar, las patas de pelícanos o de ostreros y bolitas de arena que moldean los cangrejos cuando están comiendo. Ni hablar de la vegetación –palmeras y manglares–, la sensación de inmensidad cuando vemos hacia el horizonte, y no falta la bandada de aves volando en una formación de V frente a nuestros ojos. Es que este ecosistema tiene una especie de magia que despierta nuestro lado curioso y detectivesco al querer levantar cada piedra o al apresurar el paso cuando a lo lejos vemos un bulto en la arena que podría ser algún animal extraño varado nunca antes visto.

Podemos caminar por la misma playa todos los días y noches, y si estamos atentos siempre descubriremos nuevas sorpresas. Más aún, si cavamos bajo la arena o exploramos la zona intermareal, aquella que queda expuesta cuando se retira la ola en marea baja, pero está cubierta durante la marea alta. Cuando la ola baña esta zona, moluscos y crustáceos filtradores sacan su ‘abanico de pelos’ o abren sus valvas para atrapar partículas flotantes, al retirarse la ola se ocultan bajo la arena. Lo mismo sucede con los michugos, los gusanos marinos y dólares de mar (el dinero de las sirenas).

Pero ¿cómo se forma este ecosistema? Bueno, principalmente de rocas erosionadas, esqueletos de organismos descompuestos y demás partículas orgánicas, ¡ah! y heces de peces. Las playas de arena blanca paradisiacas son, en su mayoría, el resultado de la digestión de algas y corales por los peces loro. Con su pico y dientes raspan las rocas y pedazos de coral muerto para extraer el carbonato cálcico, luego excretan los restos en forma de arena. Escuchar el crujir de los peces loro comiendo es una experiencia muy cómica. Gracias a que ellos producen cientos de kilos de arena cada año, tenemos playas de ensueño.

Se dice que existen tantas estrellas en nuestra galaxia como granos de arena en nuestro planeta. Astrónomos estiman que hay aproximadamente 10.000 estrellas por cada grano de arena de la Tierra. Estos estudios siguen en marcha, pero lo que podemos afirmar por ahora es que cada grano tiene un increíble pasado y una gran historia; cada uno cuenta. Hasta el más pequeño de los granitos de arena ocupa un lugar importante en el ecosistema playero, y es reflejo de un sistema mayor, tan inmenso que aún no podemos comprender. Asimismo, con buenas acciones, poniendo ese ‘granito de arena’, podemos contribuir a algo mucho más grande que nosotros mismos. (O)