En 1969, Gustavo Noboa y un grupo de laicos da su primera convivencia a alumnos del Colegio Cristóbal Colón.

Como a muchos, ese evento transformó mi vida. Muy pronto, Gustavo escogió a algunos de esos jóvenes y se integra el primero de los muchísimos grupos de formación que luego se generarían a través de una labor de pastoral sin igual. Ese grupo se reunía con puntualidad militar una vez por semana en el estudio de su casa. En pocos años, todos los días había uno o dos grupos reuniéndose.

La Michi abría la puerta a los jóvenes, siempre con una sonrisa. Por eso se fue antes, para abrirle a él la puerta con una sonrisa también en el cielo. Esa labor tuvo una heroína: María Isabel Baquerizo, nuestra querida China. Nunca la vi ponerle mala cara a un joven, o a su marido, por todo el tiempo gigantesco que dedicó a formarlos, escucharlos y guiarlos.

Partí a estudiar al exterior. Por carta me tomaba la lección de mis lecturas. No tenía que empujarme mucho. Amé siempre leer y aprender. Cuando regresaba los veranos me incorporaba al grupo y a dar convivencias. Cuando me enamoré de mi esposa, y solo teníamos esas vacaciones de tres meses al año para vernos, y yo me iba a dar convivencias con Gustavo, ella, como María Isabel, no me protestaba por sacrificar los escasos fines de semana al año que teníamos para vernos. Gustavo me dijo con claridad: Esa calidad de mujer no la puedes perder. Ella es. Como siempre, acertó.

Antes de mi boda le dije: Sabes que estoy comenzando. No tengo dinero. ¡Cómo desearía pasar mi luna de miel en tu casa de Punta Blanca! Era comenzar en un hogar santo una vida, que la queríamos como la de ellos. No dudó, y me dejó una botella de champán francés en su dormitorio, como para decir: ese es el que tienes que usar. Su hija Laurita, mi hermana menor, años después se casó, y pasó su luna de miel con Gustavo González en mi casa de la playa en Data. Ciertamente la casa mucho más sencilla que la de Gustavo, pero eso sí el champán francés también lo dejé.

En mi vida pública fue consejo, asesoría y guía permanente. Y vino la persecución. Y no dudó con ocho extraordinarios ecuatorianos más de firmar una carta pública, diciendo que mi juicio era nulo. Y salí del país. Mi esposa e hijos debieron seguirme semanas después. Y ahí estuvo María Isabel, sentada en el piso, empacando las maletas con mi esposa.

Ambos en el exilio: lo visité en la Dominicana. Un abrazo inolvidable lo dijo todo. Dos víctimas del mismo odio, pero con nuestro espíritu intacto, el que él me había enseñado a forjar. Y la Michi me volvió a abrir la puerta, como siempre, con una

sonrisa.

Los últimos años disfrutamos el diálogo profundo de la madurez, compartiendo el hecho de haber tenido los dos una intensa experiencia de país. El Ecuador nos dolía mucho. El intercambio de criterios nos enriqueció.

¡Miren todo lo que en el país se ha dicho de él! ¡Miren el reconocimiento de todo el Ecuador! Anuncié su muerte por Twitter, es la primera vez que nadie me insulta. ¿Quién iba a hacerlo? ¡Era sobre Gustavo Noboa Bejarano! Para mí, un hermano insustituible. Saben ahora por qué he llorado tanto su muerte. (O)