A veces, enfrascados en los temas políticos, de criminalidad, inseguridad y corrupción, no prestamos atención a otros problemas que, si bien no afectan a una mayoría, no son menos preocupantes.

Con espanto leímos en este Diario, el 17 de agosto pasado, que el 13 % de los habitantes del Ecuador, o sea, dos millones y medio, come una vez al día, o, simplemente, no come.

Sufrimos inseguridad alimentaria debido a múltiples fenómenos mundiales que nos alcanzan, como la pandemia del coronavirus que dejó sin empleo a muchos que no lo han podido recuperar, el alza del valor de los combustibles que provoca, a su vez, el incremento del precio de los alimentos; y, la guerra de Rusia con Ucrania, que ocasiona también escasez de fertilizantes, lo cual incide en la producción agrícola, entre otros.

Según dicho reportaje, hace cinco años había, en el mundo, 80 millones de personas que padecían hambre; hoy, son 354 millones los que comen solo una vez al día.

Nuestro país es agrícola por excelencia y si tuviésemos una buena administración, no habría gente mendigando un mendrugo.

Nosotros registramos hasta un 39 % de niños desnutridos en algunas provincias, porcentaje demasiado alto con relación a otros países de la región. Parece que, según se asevera en la nota citada, el hambre se padece en todas partes del Ecuador, siendo las zonas más afectadas el centro de la Sierra, el norte de la Costa, el sur de Guayaquil y la Amazonía. Respecto de esta última, rica en petróleo, no podemos entender que no haya una política gubernamental y/o seccional que contemple una forma de evitar la hambruna.

Nos preguntamos si hay en el Gobierno un plan muy bien estructurado que mitigue o ayude a mitigar el hambre que padece la gente. Existen organismos internacionales que nos proporcionan ayuda para ello; pero no es suficiente.

Nuestro país es agrícola por excelencia y si tuviésemos una buena administración, no habría gente mendigando un mendrugo.

Por otro lado, la desnutrición no solo tiene que ver con la falta de alimentos, sino con la calidad del agua que ingieren las personas. Este elemento, contaminado con parásitos, bacterias, etcétera, provoca enfermedades infecciosas en el aparato digestivo que hace que la persona no asimile adecuadamente lo que ingiere. Por tanto, habría que prestar una prioritaria atención al agua que se consume en todos los niveles de la población.

Otro factor a considerar es la forma desbalanceada en que nos alimentamos. La gente contrae enfermedades que pudieran evitarse, no solo por una dieta inadecuada sino por la manera en que se manipulan los alimentos, sin las necesarias reglas de higiene. Hay muchas personas con parasitosis o con exceso de peso, desde la niñez, por la forma equivocada en que se alimentan. También es común poner gaseosas en un biberón en vez de leche.

Es urgente que el Gobierno central y los locales diseñen un plan alimentario; que se eduque a la población, desde la infancia, en los centros escolares sobre la correcta forma de nutrirse, y, lo más importante, que la meta inmediata sea No más hambre en el país. (O)