Pocas personas en el mundo conocen a profundidad la tecnología inmersa en las llamadas vacunas contra el COVID-19. Por eso la apología o rechazo de las mismas, en la población restante, provienen de adhesiones o aprehensiones que son básicamente de origen psicológico. Por temor a la muerte queremos creer en el poder de las vacunas. Por desconfianza en gobiernos e industria farmacológica, o por temperamento, hay suspicacia sobre su efectividad real.

Del 30 agosto de 2021 al 31 enero de 2022 en Guayaquil se reportaron 628 entierros de fallecidos por COVID y la mayoría, 317, tenían 2 dosis o más, 54 tenían una sola dosis y 257 no se habían vacunado. Frente a cifras como estas y similares de otros países, algunas personas repiten: “Al vacunado no le da COVID y si le da, le da más suave”. La verdad es que le puede dar tan fuerte como para morirse.

Si en una jurisdicción los vacunados son mayoría, las cifras anteriores son engañosas: lo que cuenta es la mortalidad por COVID dentro del tamaño del universo de cada estatus de vacunación. Desde el 30 agosto la vacunación completa pasó de 44 % a 70 % en enero y los no vacunados de 39 % de la población a 20 % (556k personas). Al tomar en cuenta estos universos cambiantes y dividir los fallecidos en cada mes para su respectivo tamaño, se tiene que la mortalidad por COVID fue subiendo de 1 a 1,5; a 2, a 3 y a 10 personas por cada 100.000 habitantes entre los bien vacunados (de septiembre 2021 a enero 2022). Es decir que con la vacunación no se redujeron las muertes sino que subieron. Es un hecho, no una opinión.

Entre quienes no completaron el esquema de vacunación también subieron a 2,4; 1,7; 1,8; 6,1 y 21 muertos por COVID cada 100k, es decir (excepto en noviembre 2021), la mortalidad fue mayor entre los no bien vacunados. Y en enero de 2022 fue el doble. Esta relación de 2 a 1 es muy inferior a la esperada por la publicidad internacional, pero no deja de constituir una ventaja que los antivacunas no reconocen, argumentando que las estadísticas completas deberían incluir los efectos secundarios nefastos que ellos creen tienen las vacunas. Decir que las muertes por COVID entre los vacunados se deben a enfermedades preexistentes no cabe; igual argumento aplicaría para los no vacunados. Ya hay ciudades como Ontario que muestran menos porcentaje de contagios entre los no vacunados, por lo que Pfizer ha debido anunciar una nueva versión que sí proteja contra la ómicron. En Ecuador el aumento en la vacunación también ha coincidido con un aumento en el exceso de defunciones reportadas por el Registro Civil.

Las vacunas experimentales estuvieron bien como salida al paso para una pandemia repentina y mortal, con seguridad salvaron muchas vidas. Pero el mundo aceptó una forma de contratarlas que viola preceptos básicos: precios y condiciones secretas, deslinde de responsabilidad por las consecuencias adversas de las vacunas y luego coerción para su uso universal, a pesar de ser experimentales. En consecuencia, ha llegado la hora de que las tomas de posiciones por razones psicológicas sean reemplazadas por un análisis racional, basado en datos, incluyendo los posibles efectos secundarios. Hay miles de terabytes por analizar. (O)