La instauración democrática de un nuevo Gobierno genera expectativas de cambios reales hacia el desarrollo creciente del país, es esperada con fervor por compatriotas que se dedican a la grata labor del cultivo de la tierra, verdadera comunión del hombre con millones de microorganismos que moran en una delgada capa de suelo y las raíces de las plantas, dotando al mundo de alimentos para su ascendente población y la posibilidad de superar la imperante pobreza rural. La actual coyuntura global invita a suplir la demanda de nutrimientos frescos e inocuos, aumentando a cada instante por sobre la velocidad de incremento del número de habitantes.

Que los ungidos, tanto los miembros del Poder Ejecutivo como los escogidos para elaborar leyes, cumplan con sus ofertas electorales, rebosantes de optimismo a favor de los campesinos, no necesitarán desperdiciar tiempo debatiendo nuevas normas, con las existentes tienen suficiente para comenzar desde el instante de su posesión, si hay algo que complementar se podría vía acuerdos ministeriales o a través de decretos presidenciales. Si los asambleístas desean satisfacer sus deseos de sobresalir con discursos reivindicatorios para el sector, podrían adentrarse en la parte fiscalizadora, desentrañando las razones del incumplimiento de las disposiciones que le favorecían y no se cristalizaron. Y si quieren ahondar acciones indagatorias bastaría escudriñar hechos no sancionados que atentaron a los escuálidos fondos públicos asignados a lo agrario, con especial dedicación al esclarecimiento de los dispendios en la irredenta y maltratada provincia de Manabí.

Hay situaciones que no admiten titubeos, ni espera, como la atención preferente a los plantíos de banano y plátano, fundamentales para sostener la economía nacional, acosados por un “maligno” hongo en constante acecho, “enemigo silencioso”, agazapado y listo para dar el zarpazo letal, es como si estuviese toreando o jugando al gato y el ratón, nos amaga no de muy lejos, antes fue desde el noreste colombiano, ahora lo hace desde el sur, a solo dos horas de las verdes, brillantes y lozanas bananeras de la provincia de El Oro, centro de producción de miles de agricultores de poca superficie, sostén de numerosa prole, forjadores de descendientes valerosos, hoy destacados profesionales agrónomos, poderosas razones sociales y humanas que conllevan compromiso reverente de preservar los sembríos de esas musáceas comestibles. Hay que profundizar las medidas cuarentenarias y, sobre todo, iniciar por la vía que sea, con convicción, dedicación y recursos, la búsqueda de la anhelada variedad resistente, que garantice la supervivencia de este bien de connotado interés nacional.

Hay otras recomendaciones constantes en los planes de los ganadores, que acudan siempre a ellos, honrando sus sentidas promesas, siguiendo la hoja de ruta marcada, encargada a la talentosa manabita Tanlly Vera Mendoza, ministra de Agricultura, que deberá merecer el permanente apoyo del jefe de Estado y desaparezcan las prácticas antiagrarias; sin espacio a frustraciones que causarían una reacción campesina que estremecería a la acongojada patria. (O)