Uno de los organismos públicos de mayor credibilidad que interactúa en el sector agropecuario ha sido sin duda alguna el Instituto Nacional de Investigaciones Agropecuarias, Iniap, que gracias al trabajo de esforzados ingenieros agrónomos y médicos veterinarios logró la obtención de variedades de arroz que aumentaron su productividad de 2 a 5 toneladas por hectárea, en maíz amarillo acredita el lanzamiento de dos sobresalientes híbridos, en cacao registra la identificación y control de la terrible moniliasis, entre muchas realizaciones agrícolas, a las que se agregan aportes genéticos al mejoramiento de la actividad lechera de la Sierra, no se diga de los múltiples servicios técnicos que entregaba a los agricultores y ganaderos, desde sus estaciones experimentales y laboratorios ubicados estratégicamente en todas las regiones del país.

En los últimos tiempos ha sufrido un descenso lamentable que lo mantiene en enorme postración, causado por intereses políticos y personales internos entorpeciendo su científico andar, llegando al extremo de exhibir en los predios de su principal centro de investigación, Pichilingue, como sello vergonzoso de irresponsabilidad y corrupción, un armatoste inútil, sin funcionamiento, denominado planta de bioinsumos que jamás operó, con un costo de 58 millones de dólares, engullidos impunemente por una empresa cubana; sin embargo, renació la esperanza de que el nuevo Gobierno, fiel a sus promesas electorales, ejecutaría un consistente plan de reestructuración, que demanda la agricultura nacional.

Se pensaba que con la promulgación del Decreto n.º 110 de julio 13 comenzaría el renacer institucional, al nombrar con la aquiescencia general como delegado presidencial a la junta superior al Dr. Víctor Hugo Quimí Arce, profesional de elevados quilates, con preparación internacional, haciendo suponer que sería el encargado de enrumbar la organización, pues capacidad y experiencia las tiene suficiente; pero ocurre que esa nominación resulta simbólica porque no se le han asignado funciones, sin ningún poder ni línea de mando, necesarios para enderezar el torcido comportamiento cupular de la entidad y deshacerse de servidores que la han envilecido, solo expresa que integrará el directorio como un vocal más, persistiendo la conducción de la ministra de Agricultura, sin conocerse su decidora resolución.

Entre tanto, el dolido Iniap seguirá al garete, aguardando que cese la incertidumbre sobre su futuro, desmerecido en su real valía, cuando es fundamental para el desarrollo agrícola, ofrecido constantemente en la campaña electoral, sin vislumbrarse cambio alguno.

Ahora se sabe que el cacareado financiamiento alcanzado mediante el Decreto n.º 1265 del régimen anterior es una ficción porque no consta en el presupuesto actual nada que se le parezca, ni tampoco se refleja la política agrícola de Estado tan promocionada antes del advenimiento del presidente Lasso, que aspirábamos la ratifique en todo lo que representa beneficio para el agro.

Se confía en que el primer mandatario pondrá orden en el único organismo creíble del sector, mientras los agricultores esperan al borde de la decepción. (O)