El artículo primero de la Constitución del 2008 declara al Ecuador como “… Estado constitucional de derechos y justicia, social, democrático, soberano, independiente, unitario, intercultural, plurinacional y laico…”. El reciente estallido social liderado por el movimiento indígena conlleva a repensar lo intercultural, pues volvieron las manifestaciones de racismo heredadas desde la colonia. Calificativos de “flojos”, “borrachos”, “hediondos”, “salvajes”, reflejan la vigencia de la discriminación, abre heridas, desconoce o minimiza el valor humano y cultural de una etnia, considerada inferior por ciertos sectores de la sociedad con el afán de deslegitimar su lucha. Fenómeno al cual Aníbal Quijano denomina Colonialidad del poder, donde algunos grupos intentan mantener el control social desde lo político, cultural, económico, comunicacional, étnico, militar, etcétera, basados en una supuesta superioridad etnocultural.

Los afroecuatorianos también han sido considerados inferiores y sentido discrimen similar desde el periodo colonial, representado hoy con descalificativos, gestos, segregación simbólica, abandono, deterioro psicológico y pobreza de sus comunidades urbanas y rurales, sin una fuerza política organizativa al nivel de los indígenas; aunque sufren algunas carencias y problemas en común, así como con otros grupos étnicos y sociales. El racismo se nutre de esa colonialidad del poder, del ser y el saber; nubla la visión cultural; debilita el tejido social; aviva clasismos, odios; niega lo plurinacional; quiere a “los indios de mierda” lejos, ojalá en otra galaxia. Y si negros u otros grupos reclaman, lo mismo con ellos. Se ignoran leyes y decretos que otorgan ciertos derechos a las comunidades, el Decenio Afrodescendiente aún solo en papel, la Constitución en su artículo tercero llamando a fortalecer la unidad nacional en la diversidad. La realidad muestra una plurinacionalidad “objetada”, una interculturalidad resistida.

Para Catherine Walsh, la interculturalidad es “la posibilidad de diálogo entre las culturas. Es un proyecto político que trasciende lo educativo para pensar en la construcción de sociedades diferentes (…) en otro ordenamiento social”. Diálogo constante basado en respeto mutuo, no obligado por crisis. Imposible construir lo intercultural sin el despojo total de esas prácticas neocoloniales de poder y dominio. Además de lo económico, eso nos estanca como nación. Urge descolonizar la idea de lo indígena, lo negro, lo mestizo, lo blanco, lo pobre, como rivales. Los enemigos son los problemas no afrontados a tiempo, sin vías de solución seria, agravados con estrategias equívocas para lograr la unidad nacional desde lo diverso; desatando enfrentamientos entre compatriotas, resentimientos étnico-sociales y ese racismo arraigado en el inconsciente colectivo que decanta en divisiones estériles.

Se debe trabajar mucho para fortalecer la interculturalidad, la justicia social, a través del respeto, la interacción, el diálogo constante entre las etnias, las culturas y un Estado y gobierno proyectados al desarrollo de la Nación sin espacio alguno para regionalismos ni racismos trasnochados. (O)