Corría el año 1990 cuando, comandados por Nina Pacari, el movimiento indígena hacía su primer levantamiento con un claro mensaje: a pesar de las décadas y de los más variados gobiernos sus condiciones de vida eran ostensiblemente indignas. La sustancial desatención de los gobiernos había tocado fondo. Había una agravante: la riqueza petrolera extraída en las zonas circundantes de los lugares donde parte de ellos habitaban no les llegaba. ¿Qué explicación podía darse sobre tan lamentable realidad? Ninguna. La igualdad ante la ley lucía como una proclama vacía. Las deficiencias en la atención de la salud, la indiferencia estatal ante la trascendencia de la ruralidad en la vida del país, la escasa conciencia sobre la importancia de vivir sin desiguales limitaciones eran razones incontestables de su inconformidad. Nina Pacari, mujer inteligente, luchadora, frontal, pasó a ser un referente de la vida nacional. (Sus logros son casi irrepetibles: fue canciller de la República, diputada, jueza de la Corte Constitucional). Pues bien, han pasado treinta y dos años. ¿Las condiciones de vida indígena han dado un giro extraordinario después de ese levantamiento? NO. ¿Sus necesidades públicas están bien cubiertas? NO. ¿Se ha materializado sustancialmente la igualdad? NO. ¿Es justo que semejantes situaciones continúen? NO.

Todos estamos en deuda con los indígenas, pero sobre todo los gobiernos, los cuales globalmente han pasado por sus vidas sin importantes resultados. ¿Qué les queda? Mostrar su inconformidad. Pero no la protesta destructiva que daña a otros. Una injusticia no se combate con otra ni violando los derechos de los demás. El sector indígena debe ser de verdad prioridad nacional. La importancia de la comunidad sobre los individuos, el gran respeto dado a los ancianos, a la naturaleza, el trabajo comunitario son enseñanzas indígenas de las cuales todos debemos aprender. Soy un defensor total de la necesidad y de la protección de las inversiones, hasta la médula. Pero esa misma médula se conmueve y estremece cuando ve a un niño indígena desdentado, sucio en la calle, a una madre indígena pidiendo ayuda para sus hijos. ¿Es justo que esta indigna realidad continúe? NO. Hemos llegado al extremo de que varias organizaciones no gubernamentales reemplacen en parte el trabajo del Estado, atendiéndolos. La inconformidad de los indígenas no debe ser explotada por los sembradores de violencia. Duele ver que niños y mujeres indígenas hayan sido ubicados en primera fila en parte de las últimas protestas. ¿Semejante actitud respeta la valía de los niños y sus madres? NO.

¿Lecciones aprendidas en estos 32 años? 1) La causa indígena nos compete a todos; 2) Los indígenas deben ser prioridad efectiva, no discursiva, en la acción estatal; 3) La demagogia sobre los indios debe llegar a su fin, incluso la demagogia de parte de su dirigencia; 4) la justicia de la causa indígena no justifica el daño a terceros; 5) Nunca más a la violencia en las reclamaciones indígenas; 6) ¡fuera los infiltrados!; 7) ¡Bienvenida la justicia y la ayuda de las almas nobles! (O)