Tengo la impresión de que la Quito de hace años, aunque franciscana, era medianamente culta y educada. Era como si los nuevos ricos que habíamos heredado del primer boom petrolero ya se hubieran tranquilizado y la ciudad poco a poco recuperaba su cordura. En esos tiempos, por ejemplo, era impensable la remota posibilidad de tener un alcalde con grillete en su, al parecer, corrupto tobillo.

En esos años se llevó a cabo el primer Festival de la nueva canción. Las voces de los trovadores cubanos, la Negra Sosa, Tania Libertad, León Gieco… nos traían esperanza. Nos alentaban a soñar, a pensar distinto, a vibrar con la posibilidad de un cambio.

En esos años Paloma San Basilio interpretó a Eva Perón con su No llores por mí, Argentina…; la China Zorrilla, a Emily Dickinson; Alfredo Zitarrosa, su chamarrita Pa’l que se va; el ballet Bolshoi y la Antología de la Zarzuela, hermosos bailes. Tampoco faltó el humor de los Les Luthiers, la gracia de Carlos Mejía Godoy y los de Palacagüina, el romanticismo de Cuco Sánchez; es que no eran tiempos de Bad Bunny o de Maluma, eran tiempos de música, prueba de ello fue la presencia de la Filarmónica de Nueva York, los Opus Cuatro...

“Nos hemos convertido en una sociedad atrapada en la creditocracia, el objetivo es mantenerte endeudado el mayor tiempo posible”

Quito se movía al son de artistas nacionales y extranjeros, de espectáculos de calidad, de noches de peña, de glamour en el Teatro Bolívar o en el Sucre, o de informalidad en el Universitario o en el coliseo Julio César Hidalgo, pero de que se movía, se movía.

Quito se movía al son de artistas nacionales y extranjeros, de espectáculos de calidad, de noches de peña...

Con dinero o sin dinero éramos reyes de estos espectáculos. Solía ir con o sin Santi, pero siempre con un grupo de amigas entrañables. Unas ganábamos poco, otras medianamente bien, otras rebién. Íbamos juntas, pero cada una compraba la localidad de acuerdo a sus ingresos. Generalmente nos juntábamos a la salida y en los intermedios para comentar, discutir o criticar.

Una de las amigas ganaba en dólares y en más de una ocasión me tildó de tacaña, ya sea porque yo no iba a butaca o palco con el resto; o, porque a la salida yo no les acompañaba a comer en algún restaurante costoso. En más de una ocasión traté de explicarle que yo no podía salirme del presupuesto, en más de una ocasión ella me invitó, y en otras tantas yo regresé sola a mi casa y seguimos siendo tan amigas como siempre.

Hace poco me la encontré, me contó que vive de su jubilación. No le falta nada, pero tampoco le sobra como antes. ¿Te acuerdas que yo me enojaba porque tú te “descolabas”?, me preguntó. Asentí. Yo juraba que lo tuyo era hacerte de rogar, no me cabía en la cabeza la posibilidad de que no pudieras pagar. Yo miraba el mundo a partir de mi sueldo.

Tengo la sensación de que en Ecuador hay mucha gente que mira el mundo a través de su chequera. Les resulta imposible que alguien no viva a su altura, les resulta un abuso que su empleado pida un anticipo, les resulta obsceno que alguien no viaje, no coma, no se vista como ellos. Y lo más grave es que entre esa gente hay candidatos, autoridades, asambleístas, jueces, muchos de esos nuevos ricos heredados del segundo boom petrolero que quieren seguir en la jarana, continuar la orgía, volver por más. Viven ajenos a esa pobreza que ofende. (O)