“¡Era de darle duro a la Coloma, oye!”. Un fresco ejemplo del dicho que patentamos los ecuatorianos como equivalente del uso y el sentido del pretérito pluscuamperfecto (o “pluscuampendejo”) del modo subjuntivo, según lo expuse en esta columna hace una semana. La coloquial expresión incluye el “darle duro” que por acá usamos de manera más frecuente, aunque no exclusiva, para aludir a la agresión física, y el “oye” final que invoca el asentimiento del acólito. El concejal que incurrió en el acto fallido-logrado (como diría Lacan) se disculpó, intentando darle un “giro metafórico” a su expresión, para quienes le concedan algún crédito. A estas alturas, ya no me cabe la menor duda de que nuestros asambleístas y concejales realmente nos representan a los ecuatorianos y quiteños.

La mayoría, o al menos muchos de ellos, nos representan en lo peor que tenemos los habitantes de este país. En primer lugar, la socarronería, elevada a la categoría de discurso, estilo, práctica política y “ética” del disimulo. El solapamiento de la corrupción y la lógica de la contingencia como la única posición frente a los problemas. La ausencia de propuestas y la incapacidad de realizar las pocas que se plantean. El estancamiento en la queja y la demanda, en la eterna dependencia del Estado que se cree benefactor inagotable. La revancha cuando se accede al poder, con la incapacidad para sostener verdaderos diálogos y el insulto o la sorna como respuesta ante el contradictor. La ignorancia que se disfraza de vocabulario supuestamente técnico, maltratando la lengua castellana con el “socializar, aperturar y direccionar”.

La Coloma, dos o tres concejales más, y uno que otro asambleísta, nos representan en lo mejor que tenemos los ecuatorianos, o por lo menos a lo que aspiramos. La eventual capacidad de pensar antes de hablar, para responder con la interrogación o la reflexión a la invitación para “darse duro”. El valor de la palabra verdadera, que permite iniciar y sostener verdaderos diálogos y debates productivos, de los que emergerán propuestas, planes y proyectos. La posibilidad de llevarlos a cabo mediante la consistencia de un deseo que trasciende el lucimiento narcisista. El giro del pretérito “pluscuampendejo” al presente del modo indicativo, que da cuenta de un cambio de posición subjetiva frente a la realidad y al propio deseo. El trabajo cotidiano que no se arredra ante la propuesta corrupta y la alternativa facilista.

“La Coloma”: ese modo de hablar que usamos acá juntando artículo y apellido, con intención peyorativa y descalificadora en algunos casos. Un modo que en otras sociedades más bien designa a las divas o a las mujeres notables en el arte, la ciencia y la política, como la Tebaldi, la Callas, la Thatcher o la Merkel, sin comillas. La Coloma y sus congéneres, mujeres que se destacan en una cultura donde reina la inconsistencia masculina, la complicidad montonera entre los machos bravucones y avispados cuyo único valor es “el buen trompón”. La que no se amilana ante la chacota ni cae en la provocación, y en su lugar devuelve al emisor su propio exabrupto en forma invertida para invitarlo a pensar. (O)