En medio del caos y la violencia de las protestas de más de 10 días en Ecuador, pienso en el niño a quien promueven como la voz genuina del pueblo, que demanda que baje el precio del aceite para volver a comer salchipapa. Aparte de que lamento que una comida goteando grasa con los restos de las entrañas del cerdo sea la mayor golosina o la mayor alimentación de este y otros miles de niños ecuatorianos, me apena atisbar en él los magros resultados de nuestro sistema educativo. Un sistema controlado en parte por los líderes indígenas que tanto dicen preocuparse por su gente, pero que poco hicieron por garantizar la continuación de sus estudios durante la pandemia.

Leonidas Iza, presidente de la Conaie, quien llegó rodeado de sus huestes a la capital del país con la intención de acorralar al Gobierno central, tampoco organizó jornadas de detección y prevención de casos durante la pandemia y menos de vacunación contra COVID-19 para garantizar la protección de la población indígena. Poco parece importarle que las mujeres indígenas entre 20 y 40 años hayan tenido las mayores tasas de exceso de mortalidad en 2020, en ese grupo étnico, en el país.

En efecto, Iza denuncia la represión policial, pero nada ha hecho por apoyar a la mujer indígena. Se sienta rodeado de hombres en una burda alocución, en la que exige derechos mientras mantiene sitiada la capital del país, a definir el destino de mujeres a quienes convenció, presionó y manipuló para trasladarse en condiciones inhumanas a un destino incierto, sin un lugar donde dormir, bañarse y usar el baño. Viajó cómodamente en su lujoso auto a Quito para concentrar más poder, para perseguir solo su propio bienestar.

El presidente de Ecuador, Guillermo Lasso, no se queda atrás. Aislado en una burbuja de su limitada experiencia de la realidad, espera que los grupos indígenas se cansen de buscar dónde pasar la noche sin considerar que, aunque el desamparo hace perder las fuerzas, también es caldo de cultivo para un estallido súbito de violencia extrema. Esquiva una responsabilidad ineludible: el fracaso de su oferta de resolverlo todo, absolutamente todo, y más, en los primeros 100 minutos de gobierno.

Como muestra de su desconexión con el país, ese que existe más allá de un posible éxito macroeconómico, Lasso se reúne con su vicepresidente, Borrero, como si fuera un jubilado comiendo humitas con café mientras el país convulsiona. Desestimando la importancia de la falta de legitimidad de uno y otro bando, insisten en compartir esta penosa escena varias organizaciones que ondean la bandera de un supuesto diálogo para un vuelve y repite de octubre de 2019.

En un país donde reprimieron por una década la participación ciudadana, y la anularon por completo durante la pandemia, no es lógico invitar al diálogo a todos estos hombres que poco saben manejar el poder. Somos otros quienes debemos ser parte de él, los ciudadanos de a pie, quienes conocemos la inseguridad económica y a quienes el Estado nos violenta a diario. La salida democrática no se restringe a dos o tres acuerdos que se cocinen estos días como si el gobierno fuera un expendio de comida rápida. (O)