Hace pocos años, el mundo entero sufrió una de las peores crisis de la época moderna, que fue la emergencia sanitaria por la propagación del COVID-19. En el Ecuador puntualmente, el gobierno de turno tuvo que tomar decisiones relevantes en aspectos económicos, educativos, sociales y políticos. Por ejemplo, en un tiempo corto, los centros educativos de todos los niveles (inicial, básica, bachillerato y educación superior) se vieron obligados a adoptar modalidades de enseñanza virtuales. La suspensión de las clases presenciales obligó a docentes, alumnos y familiares a conectarse de forma virtual, ya sea mediante plataformas en línea e inclusive redes sociales, lo que conllevó a una serie de transformaciones con miras a brindar una educación de calidad que jamás se lograron. Como ya es costumbre, la educación en el país tuvo la necesidad de adecuarse y aprender sobre la marcha. Los docentes debieron adaptarse a plataformas como Moodle, Teams, Zoom, entre otras, y en muchos casos sin formación previa y sin la familiaridad que aporta el uso cotidiano.

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Esto provocó una pésima interacción entre docentes, alumnos y también para los padres de familia, los mismos que preferían no conectarse con sus hijos por diferentes causas. Este fenómeno provocó que no se garantice un uso adecuado de la tecnología para lograr un nivel de aprendizaje satisfactorio, lo que afecta directamente a la percepción de la calidad de la educación y la enseñanza. Si a manera de ejemplo queremos mencionar algunos factores que provocan lo descrito, podríamos citar la poca consecución de objetivos planteados, la carencia de competencias digitales en actores educativos y la formación centrada en un manejo erróneo de dispositivos orientados a la educación.

... no debemos olvidar que la pandemia agudizó la relación pobreza-educación, y dejó en evidencia la deserción educativa.

Hoy en día, luego de superar parcialmente la crisis sanitaria, el país no cuenta con un estudio que manifieste de manera cuantitativa las consecuencias de los años de educación virtual fallida. Seguramente en las etapas iniciales, este fenómeno podrá ser corregido con el transcurrir del tiempo, pero no se ha medido, cuantificado y mucho menos descrito los objetivos, plazos y metas que se deben dar para lograrlo. En los niveles superiores la realidad es distinta, pues serán los futuros profesionales del Ecuador, los que posean vacíos académicos y prácticos, que podrían afectar de manera significativa su futuro laboral. Es deber de cada centro educativo mediante una normativa estatal realizar un plan que permita subsanar esta brecha de conocimiento.

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Es tiempo de que el país plantee una política integral de inclusión digital que trascienda planes aislados o programas desarticulados. Se debe normar el uso de la tecnología como una pedagogía adaptada a espacios que tengan de base un acceso universal a Internet. Que dispositivos enfocados a fines académicos estén disponibles para estudiantes y docentes en todos los niveles académicos, para fortalecer aprendizajes sincrónicos o asincrónicos. Finalmente, no debemos olvidar que la pandemia agudizó la relación pobreza-educación, y dejó en evidencia la deserción educativa. (O)