Quienes trabajan en ética, reflexionando sobre ella y analizando las acciones humanas desde esa perspectiva, cuando llegan al ámbito de la educación moral coinciden en la importancia del ejemplo y posicionan en un lugar accesorio a los procesos definidos por la asimilación de conocimientos y la repetición de conceptos de lo que consideran está bien o no moralmente. Así, la educación en valores, frase a la que se recurre tan a menudo y en tantos escenarios de nuestra sociedad, estaría determinada, más que por el discurso sobre lo que representan esos valores o principios, por el ejemplo de la vida de cada ciudadano y sobre todo de los que tienen responsabilidades como padres de familia, docentes y tantos otros que cumplen funciones sociales de liderazgo y gestión en los sistemas de convivencia humana. Piaget, el sabio suizo, fue uno de quienes defendió este enfoque.

Los ciudadanos que, en las elecciones del domingo votaron por el señor Lasso, seguramente lo hicieron porque vieron en él comportamientos éticos con los cuales se identificaron. Reconocieron el valor de la familia, no solamente porque teorizó sobre su importancia, sino porque en su caso se mostró como una realidad evidente; así como la perseverancia que reveló por los reiterados intentos para recibir el respaldo que le permita gobernar; por la fortaleza frente a la vida y sus desafíos que ha desplegado desde su adolescencia, llegando a generar trabajo para miles de ciudadanos; y, por un claro afán de trascendencia a través del servicio público, compelido por su convencimiento de poder aportar positivamente para el mejoramiento de las condiciones de vida de todos. Ese conjunto de conductas, añoradas por sus electores, fue determinante y definió el voto favorable de la mayoría de ecuatorianos.

No votaron por el discurso sino por el ejemplo de vida. Porque el ejemplo es el camino y no el discurso que solamente sirve cuando detrás hay una práctica que lo sostiene. Esta perspectiva de análisis, absolutamente unidimensional, de lo que sucedió en las elecciones presidenciales del domingo anterior, posiciona a la fuerza de la conducta correcta como un factor importante con el cual los votantes de la candidatura que triunfó se identificaron y se identifican.

Por lo dicho, el modelo de comportamiento que practica formas de ser basadas en la prudencia, el valor de la familia, la templanza y el afán de servicio debe ser la línea de acción principal que fundamente la toma de decisiones gubernamentales. La aspiración colectiva de que estas virtudes rijan la nueva gestión, exige de los mandatarios electos un cuidado especial y sutil para potenciar esa actitud fundamental, evidenciándola en toda su gestión, por ahí está su fortaleza.

La lucha contra la pobreza, el desarrollo sostenible, el cuidado del ambiente, la superación de los lacerantes niveles de inequidad social, el combate a la corrupción y el fortalecimiento del Estado de derecho, objetivos explícitos del plan de gobierno triunfador, son compromisos que deben ser los objetivos mismos de la nueva gestión gubernamental, siempre desde la conducta moral, reconocida por sus electores. (O)