Se ha posesionado ante el Parlamento el presidente Guillermo Lasso. La ciudadanía anhela que lidere un buen gobierno, capaz de enderezar al país asediado por una crisis de dimensiones dramáticas. Gobierno que necesita una mayoría en la representación legislativa, generosa, madura y democrática, que rompa las ataduras de los viejos ideologismos, los dogmas y prejuicios, las mezquindades y el atávico cálculo electoral. Varios líderes de Pachakutik, Izquierda Democrática y del grupo de independientes han hablado ofreciéndole al nuevo gobierno la ansiada gobernabilidad.

Y es verdad que muchos hablan de gobernabilidad. ¿Será que el término es percibido de la misma manera? Lo más probable es que no. Cada quien lo concebirá a su modo. Además, la abundante tinta y papel destinada a su análisis arroja distintas perspectivas y significados.

Ya en 1975, el Informe de la Comisión Trilateral, conformada por el francés Michel Crozier, el estadounidense Samuel Huntington y el japonés Josi Watanuki, preocupados por la crisis en algunos países desarrollados, hablaba de la ingobernabilidad, por la erosión de la autoridad política, la “sobrecarga” de las demandas, la intensificación de la competencia política, la conflictividad y la exclusión del diálogo como amenazas a la estabilidad del orden democrático. Pero el origen del vocablo es más añejo y se remonta al constitucionalismo británico y la governability. El jurista Walter Bagehot es el primero en utilizar en 1876 la palabra gobernabilidad, asociada al orden, la obediencia y la cultura política.

En América Latina, durante el embate de los regímenes dictatoriales de los setenta y la crisis de los noventa, la gobernabilidad fue vinculada con la eficiencia de los gobiernos y la estabilidad política. Organismos multilaterales como el Banco Mundial, BID, PNUD, Cepal y otras instituciones difundieron estudios sobre el déficit de la democracia, la necesidad de fortalecer sus instituciones, articular las demandas, impulsar consensos; tareas asumidas como condición necesaria para alcanzar el desarrollo humano sustentable, entendido como fruto de la deseada gobernabilidad.

El politólogo Gianfranco Pasquino al mencionar la gobernabilidad en el Diccionario de política de Bobbio dice que es “la relación de gobernantes y gobernados”. A mi juicio, hay gobernabilidad si las instituciones funcionan con eficacia, los actores políticos con responsabilidad y hacen posible un gobierno que genere políticas en respuesta a las expectativas y demandas de la gente. Crear condiciones de gobernabilidad es una labor que está en manos del Ejecutivo, de la Función Legislativa y del conjunto de las instituciones del Estado. Al fin y al cabo, los ciudadanos esperan que los políticos a quienes los colocó donde están sean capaces de resolver sus problemas.

Es preciso forjar gobernabilidad para la frágil democracia que tenemos. No implica que la Legislatura renuncie a la potestad del control político y la fiscalización. La gobernabilidad está acompañada de la legitimidad y credibilidad. Pero hay una larga y empinada cuesta por transitar. (O)