Misioneros, exploradores, comerciantes, colonizadores europeos aprendieron lenguas indígenas en largas conversaciones con hablantes nativos. De este intercambio intelectual entre universos distintos surgieron las crónicas que en los siglos XVII y XVIII causaron revuelo en el Viejo Continente. Cada nueva crónica traía ideas fabulosas y descripciones de modos de vida tan exóticos como deseables para una Europa aún a la sombra de las Cruzadas, la Inquisición, la Guerra de los Treinta Años, la peste. A las dictaduras de hoy y las monarquías de ayer solo las diferencian las justificaciones de la Iglesia que llamaban “divino” al poder absoluto y despótico del rey. Con cuánto asombro leerían los europeos esos best-sellers: las “Relaciones jesuitas”, informes sobre los hurones (wendat), iroqueses, algonquinos y otros pueblos, publicados entre 1632 y 1673. El misionero Le Jeune escribe sobre los montagnais: “Se creen que tienen derecho innato a una libertad de potros salvajes, no rinden pleitesía a nada ni nadie, excepto cuando así lo desean. Me han reprochado cientos de veces el temor que tenemos antes nuestros capitanes, mientras ellos se ríen de los suyos. Toda la autoridad de sus jefes está en la punta de su lengua, pues solo es poderoso el elocuente, pero incluso si se mata hablando y arengando, no le obedecerán a menos que los complazca”. Y el padre Lallemant confiesa que no existe en la tierra gente más libre que los wendat ni tan incapaces de someterse a poder alguno. Y se queja, tan europeamente, de que “los padres no tienen control sobre sus hijos ni los capitanes sobre sus súbditos, ni las leyes de ningún país los atan a menos que decidan obedecerlas. No castigan a los culpables”. En lugar de castigarlos cruelmente y hacinarlos en cárceles como lo hacían en la Francia de la época, los wendat insistían en que el clan del criminal indemnizara a la comunidad por el daño causado. Así se compensaba a las víctimas y los grupos se esforzaban por mantener la ética entre los suyos, pues la responsabilidad por las acciones individuales era colectiva. Muchos cronistas notaban además (considerándolo reprochable) que los nativos no golpeaban a sus hijos y que las mujeres tenían autonomía sobre sus cuerpos.

(...) la Ilustración es luz emitida por el espíritu libre de las Américas, y se la debemos tanto a Kondiaronk como a Rousseau.

Imparables

‘Fue toda una curiosidad que llegaran personas a preguntar si estudiábamos o si la casa era propia o arrendada’, dice Jorge, quien a sus 87 años recuerda el primer censo que se hizo, en 1950

Llegadas estas ideas a Europa gracias a los cronistas, los intelectuales franceses empezaron a preguntarse: ¿por qué no somos iguales, por qué no somos libres, por qué nos sometemos a reyes y dogmas? Embriagados de estos ideales, autores europeos imaginaron diálogos con nativos americanos gracias a los cuales podían expresar ideas “radicales” (desde el punto de vista europeo), como ese exitoso manifiesto feminista, la novela epistolar de la francesa Madame de Graffigny: Cartas de una peruana (1747).

Así pues, la Ilustración es luz emitida por el espíritu libre (no perfecto ni generalizado) de las Américas, y se la debemos tanto a Kondiaronk como a Rousseau. Esta y otras cosas asombrosas se pueden leer en The Dawn of Everything. A New History of Humanity (El amanecer de todo. Una nueva historia de la humanidad) (Graeber y Wengrow, 2021), libro que revolucionará la forma en que percibimos nuestro pasado y, ojalá, nuestro presente. (O)