Jamás estuvo una persona tan unida al mundo viviendo en una isla como José Saramago. La eligió como su hogar luego de pasar por el rechazo del gobierno portugués y de sus paisanos, al publicar El evangelio según Jesucristo (1991). Después Lanzarote, en el archipiélago canario, fue el lugar donde inició una segunda vida, tan notoria que algunos dicen que es visible en su escritura, lo que publicó desde entonces.

Al cumplirse el centenario del nacimiento de este escritor, completo su perfil humano y el conocimiento de sus letras con la publicación de la presidenta de la fundación que lleva su nombre, traductora y compañera de vida del gran Saramago, Pilar del Río. Cuando visitó la isla fue suficiente escuchar el mar, pisar su arena roja y volcánica para intuir que allí debía levantar A casa. Con estilo intimista, pero negándose a aparecer en el pronombre que confirmaría a Pilar como autora; con la discreción de los grandes espíritus, pero con la admiración y el amor que le merece el hombre cuyo avatar testimonia, este libro enciende todas las luces con las que debemos recrearlo.

Las anécdotas sobre esta parte de la vida de Saramago tienen el tono coloquial, humano y hasta humorístico, indispensable para pintar una personalidad completa.

En forma de fragmentos titulados, se eslabonan los mejores recuerdos del escritor luso. La primera novela que escribió en Lanzarote fue Ensayo sobre la ceguera (1995), respondiendo a la pregunta que se planteaba antes de cada título: “¿Y si todos fuéramos ciegos?”. Quien la haya leído comprenderá su contundente respuesta. A partir de allí, se desgranaron las maravillas narrativas con las que se expansionó su imaginación, esa que los ingenuos niegan a las personas mayores. Porque don José es un autor de la madurez, que dejó pasar décadas entre su primer par de novelas y el grueso de su producción.

Premio Nobel José Saramago, huésped ilustre de Guayaquil

De La intuición de la isla extraemos la imagen luchadora por las causas justas, dinámica y analista del escritor. Acudió allá donde había un grito por un dolor colectivo –Chiapas, Palestina, Buenos Aires–, acompañó con su palabra a autores y libros que le merecieron reconocimiento, así como abrió las puertas de su casa a múltiples visitantes que se gozaron con su conversación, con su amor a la música y al cine. Cuando dio el discurso en la recepción del Premio Nobel (1998) propuso al mundo la Carta Universal de los Deberes de las Personas, porque debemos reivindicar “también el deber de nuestros deberes”.

Las anécdotas sobre esta parte de la vida de Saramago tienen el tono coloquial, humano y hasta humorístico, indispensable para pintar una personalidad completa. Su decencia, su respeto a la condición humana estuvo por encima de su ideología de comunista –se alejó de Cuba cuando la declaró injusta– y de hombre sin conceptos religiosos. Creyó en el amor, en la amistad, en el entendimiento de las personas y los fue demostrando en cada paso, así como están simbolizados en novelas que tienen un puesto indiscutible en la literatura universal.

Muchos guayaquileños recordarán que en febrero de 2004, la pareja Saramago-Del Río visitó nuestra ciudad y en una mañana maravillosa escuchamos la voz del maestro hablando de amplios temas más que de su obra, con ese talante amable y reconcentrado que tenía, abierto siempre a observar y a oír. Ahora, en esta fecha especial de homenajes al escritor en el mundo entero, tenemos la fortuna de recibir a Pilar, en la Feria Internacional del Libro. (O)