El año cierra y el ánimo en el Ecuador es el mismo de siempre. Se cree que lo que el Gobierno está haciendo está mal. Se siguen pidiendo subsidios para no destruir al país con una revuelta. Se sigue hablando políticamente de no más impuestos y de quejas sobre todo lo que pasa. No es mi intención juzgar al Gobierno. Que cada uno opine lo que desee. El tema fundamental es que, en mi reflexión de fin de año, el Ecuador sigue con el más grave mal que le conozco: tener una proporción demasiado alta y ampliamente mayoritaria de líderes gremiales y sectoriales y políticos, gente que hace opinión, legisladores y un pueblo en general que están lejos de entender la realidad de los problemas económicos, y se niegan a entender la evidencia de la historia y el camino único hacia el progreso y la búsqueda de la equidad.

Hemos construido un Estado y un modelo rentista, en el cual todo el mundo quiere algo de una gran nodriza que es el Estado: subsidios, protecciones, donaciones, entregas, un cargo público, un contrato con ese Estado, una manera de vivir del esfuerzo de otros más que del propio. Y esto hace que cada fin de año, y con el paso de cada gobierno, la frustración colectiva aumente, porque no se ve un verdadero y esperanzador camino hacia el anhelado desarrollo económico y aumento del bienestar y de la equidad.

Y cada año, en las entrevistas a las cuales bondadosamente me invitan, las preguntas y las frustraciones son las mismas, pero nadie se pregunta qué debe hacer cada ciudadano, cada sector. Nadie se pregunta cómo desmantelar los privilegios. Cómo atacar problemas tan graves como el del fondo de invalidez, vejez y muerte. Es que esos temas implican ponerle el cascabel a gatos salvajes, acostumbrados a privilegios y canonjías a los que nadie está dispuesto a renunciar.

El Ecuador del 2021 no tiene una proyección de crecimiento aceptable. Y esto no es porque el Gobierno haga bien o mal las cosas. Es porque la sociedad no entiende su destino y no logra articular una idea coherente de lo que es el camino hacia el desarrollo. Ese camino es largo, demora décadas, sosteniendo correctas políticas económicas, haciendo sacrificios. Y eso es lo último que los políticos dicen, pues prometen cosas fáciles y soluciones rápidas, sin demostrar con ejemplos cuáles países han logrado el desarrollo con las ideas de facilismo propuestas.

El Gobierno tiene una tarea mucho más importante que la reforma fiscal, la reforma laboral, la reducción del gasto y del tamaño del Estado, el apoyo a la inversión extranjera y tantos otros objetivos a cumplir y seguir. Tiene la tarea de liderar un proceso para hacer entender esto a todos los sectores de la sociedad, y explicarles que si no hacemos las profundas y grandes reformas, si no acabamos con este modelo rentista que quiere todo a costillas de los demás, no habrá solución en el Ecuador, cuyo potencial es innegable, pero su vocación a no explotarlo es mucho más innegable todavía.

Ojalá que el 2022 sea el año en que la sociedad ecuatoriana busque entender dónde está parada y qué le está pasando.

Con las cosas que oigo, parece ser que nadie se da cuenta de que es el esfuerzo de todos y no la magia de un Gobierno, cualquiera que este sea, el que saca a los pueblos adelante. (O)