El novelista Patrick Modiano se define a sí mismo como un niño de la guerra que nació en 1945 en el París de la Ocupación. Por eso, desde hace cincuenta años, sus novelas plantean diversos conflictos que tratan de comprender por qué muchos compatriotas suyos colaboraron con tanta facilidad con los nazis cuando estos invadieron el suelo francés. Es evidente que un poder militar superior resulta avasallador, y que muy poco se puede hacer frente a un tremendo despliegue de fuerza y violencia, pero Modiano no deja de interrogarse cómo fue que aquel poder invasor consiguió montones de franceses serviciales.

Su primera novela, La Place de l’Étoile —publicada en 1968, cuando Modiano tenía veintitrés años—, narra precisamente las aventuras y desventuras de un joven judío rico que es amigo de ocupantes y de colaboracionistas y que insólitamente elabora una teoría antisemita. En el París de los relatos de Modiano, en los que la traición es una actitud que caracteriza a sus personajes, campean el pillaje, la delación y el naufragio moral en la Francia de entonces. Dora Bruder, publicada en 1997, nos horroriza al comprobar que, para la eliminación de los judíos, los alemanes recibieron la dócil ayuda de burócratas y empresarios franceses.

Cuando leemos nos traemos lo leído a nuestro contexto. Es la maravilla de la buena lectura y la buena literatura: en este caso, al mostrarnos las paradojas del París de la posguerra, Modiano nos posibilita vernos en nuestro propio entorno. Leemos lo ‘universal’ de una situación a través de la particularidad de nuestra experiencia vital. Y, como la literatura es un ejercicio —muchas veces incómodo— de la memoria, me parece que los catorce años de correísmo fueron una especie de ocupación, como cuando los alemanes ocuparon Francia. El Ecuador padeció (¿padece?) una ocupación correísta que hizo naufragar la moral del país.

Aunque los historiadores en los años venideros tendrán una perspectiva mejor documentada y matizada, debe recordarse que Rafael Correa y sus colaboradores fueron una amenaza que violentó los principios básicos de la convivencia democrática. Como los nazis de la Ocupación, Correa persiguió a quienes lo cuestionaron; Correa montó una estructura desde el Estado para abusar del poder y del dinero público; Correa sometió a su voluntad delirante a los jueces de las cortes de justicia; Correa se implicó en delitos y crímenes aún no esclarecidos. Correa ocupó el Ecuador con la mentira, el fanatismo y el abuso de poder.

Una consecuencia de la ocupación correísta es que muchos de esos colaboradores —algunos de los cuales deberían estar en la cárcel— andan campantes disfrutando de los años que lucraron del correísmo. Cuando recibió el Premio Nobel de Literatura, en 2014, Modiano dijo: “Las personas que vivieron en aquel París quisieron darse mucha prisa en olvidarlo o en no recordar sino detalles cotidianos, de esos que proporcionaban la ilusión de que, pese a todo, la vida diaria no había sido tan diferente de la que llevaban en tiempos normales”. No debemos olvidar que los colaboracionistas del correísmo siguen haciéndose los desentendidos ante la quiebra moral del país. (O)