La creación de una obra poética, inexcusablemente, corrobora un trayecto, un devenir, una vida. Luis Cardoza y Aragón decía que la poesía es la única prueba concreta de la existencia del hombre, del ser humano, de esta especie. Y toda poesía tiene una historia. Es común que los filólogos, los ensayistas o los investigadores se lancen al estudio del pasado para encontrar los datos, las fechas, los motivos y otros elementos que componen la historia detrás de una obra poética y de su autor. Pienso que Edwin Madrid, en su reciente libro La novela de mi poesía (La Castalia, 2022), se ha sumergido en su propia existencia, sin pretensiones biográficas o testimoniales, a fin de encontrar esa primera energía, esa constante y vigorosa energía, que le llevó a la escritura, a su destino, a su obra.

En un libro tan hijo de la lucidez como de la añoranza, Madrid vuelve a su niñez, a las primeras experiencias con el lenguaje, al iniciático instante en que aprendió a leer. Toda escritura es una máquina del tiempo, que un autor construye con esmero a lo largo de su lenta, graciosa y pavorosa invocación de las palabras. Lo que entiende en su viaje no es un descubrimiento, sino una corroboración: esa primera energía fue su madre, y siempre lo supo. En toda historia hay un origen. La poesía tiene siempre un punto de partida. Edwin Madrid ha escrito un libro para indagar en sí mismo, en el hilo conductor de los centenares de poemas que ha escrito, los que ha publicado, los que ha perdido. En el fondo, es un homenaje a la primera voz que escuchó y que, por tanto, dio sentido al silencio.

El libro se construye con imágenes... Los rieles del tren. Los volcanes andinos prefigurando el cielo. Las riñas y los golpes de la escuela.

En noviembre de 2019 murió la madre de Edwin Madrid. Meses después, uno de los eventos más descarnados de la historia reciente diezmó a los sistemas sanitarios del planeta entero. Gran parte de la humanidad fue encerrada, presa de la incertidumbre impuesta a sangre y fuego por un virus. Ecuador vivió momentos de horror. La fragilidad de todo se volvió la realidad. Este libro se empieza a escribir en ese contexto, casi como un acto de resistencia o un mensaje. Ante la muerte, que invadía todos los espacios, Madrid repasó la que fue su vida con su madre y discernió la estructura ontológica de su poesía, la historia detrás de sus historias. Aquello que lo llevó a la escritura y que es, probablemente, imantación de su propia existencia, trazada por la sensibilidad que heredó: “Con la poesía quería alcanzar lo que mi madre obtenía cuando se comunicaba con los animales y las plantas”.

El libro se construye con imágenes... Los rieles del tren. Los volcanes andinos prefigurando el cielo. Las riñas y los golpes de la escuela. Aquella pelota de fútbol detrás de la que todos los niños corrían, se caían, raspaban sus rodillas, lloraban. Unos pocos centavos para las apuestas. La felicidad de un gol. En cualquier caso, esa ansiedad se llama Quito. Para Edwin Madrid, uno es el Quito de su niñez, otro el de clima indolente. Esta ciudad, tan dura y esquiva para el que quiere ser poeta, también es la prefiguración de un hogar, de una casa, aquella construida con anécdotas, amigos y maestros: para muestra el taller de Miguel Donoso Pareja, ya histórico. Una casa como una memoria. Y es indudable que no es fácil ganar o perder un partido de fútbol, en el barrio de la infancia, y luego pretender construir una casa, pero cada palabra puede ser un ladrillo. A Edwin Madrid su madre le advirtió que para construir una casa, sin importar que sea con palabras o cemento, lo importante “es que esta te proteja de las inclemencias de la intemperie o de los climas del corazón”.

La novela de mi poesía, que viene con ilustraciones de Marcela Slade, tiene varios registros: poemas, confesiones, recuerdos, homenajes, lecturas o la propuesta de una teoría para articular una obra poética. Incluso es una declaración de principios: la necesidad de romper con una tradición para crear algo nuevo. Madrid la titula novela, pienso, no solo en alusión al formato narrativo y a la existencia de una estructura que contiene una anagnórisis, sino porque toda novela es expresión de aquello que está vivo, como realidad indiscutible; y una obra poética, construida durante tantos años sin descanso, es vida, es energía, es poder creador. Sin embargo, este libro también es un proceso. El proceso en que una madre, como todas las madres, deja su cuerpo (alcanza el alivio, una libertad, diría Borges) para volverse un sentimiento recurrente, una herramienta para aclararnos el mundo. Un conjunto de poemas. Un libro. Esa misma energía que lo creó todo, desde el principio, cada verso. Escribe el poeta Edwin Madrid: “Un hombre sueña que un niño sueña / que su madre muere y se convierte en ángel. / Al despertarse, el hombre no sabe si su madre murió / o es el ángel que lo acompaña desde niño.” (O)