Nos enseñaron desde niños la existencia de cuatro estaciones climáticas que se suceden durante un año, en periodos de tres meses, correspondiendo a la primavera marzo, abril y mayo, en el hemisferio norte; en tanto que para la porción sur abarca desde el 21 de septiembre; Ecuador, que tiene áreas en ambas partes, disfruta de un comportamiento especial con dos épocas bien marcadas, la seca y la lluviosa, estamos atravesando la de mayor precipitación, sin desconocer las influencias de la cordillera de los Andes y las corrientes marinas, desde luego todo se convierte en teoría, pues el calentamiento global, del que nadie duda, ha alterado los tiempos de manera radical.

También aprendimos a amar, esperar y soñar con la primavera, sinónimo de época ligada a la floración, al colorido y aroma que la acompaña, tanto que asimilamos el cumplimiento de natalicios con el número de ellas en la vida, y para las jovencitas, celebrar sus quince años con la alegría y disfrute que esa maravillosa temporada del año trae consigo es una inspiradora ilusión. Somos tan privilegiados que los valles abrigados de nuestra bella serranía tienen las cuatro fases en un mismo día, aunque su presencia sea de efímera duración. Sin embargo, esta particular variabilidad acompaña nuestra hermosa y múltiple naturaleza, rica en biodiversidad sin comparación alguna a pesar de la limitada extensión territorial, causa también de su atrayente y variada producción que asegura provisión de alimentos y alienta muchas exportaciones.

El título de este artículo hace referencia a una nueva obra, propia del intelecto del escritor Jorge Carriel León, de cuna vinceña, convulsionando la quietud y escasas publicaciones de ese género, con la edición de una obra de fácil lectura sobre el impacto del COVID-19, con la visión que solo da la imaginación a los clarividentes, hasta para crear personajes diabólicos para graficar el daño de que es capaz la actual pandemia, que tiene al mundo y sus líderes desconcertados, sin que exista familia que no haya sufrido su inevitable golpe y los científicos no logran resolver, ni con vacuna que convenza al total de la humanidad, con cuestionamientos de toda índole, algunos sustentados por otros investigadores de sonados antecedentes, impulsando a la dubitación de aplicarse el supuesto inmunizador, en medio de razonamientos contradictorios de gran difusión en redes sociales, pero no menos confusión. En el argot político criollo, en Ecuador se ha engullido cinco ministros de Salud, sin contenerlo, peor eliminarlo.

Carriel León engrosa la fila de escritores costumbristas en la ruta de la narrativa rural, mezcla de realidad y ficción, que dejaron los manabitas Oswaldo Castro Intriago en La mula ciega y Horacio Hidrovo Velázquez con Un hombre y un río, dando respiro a un género que fallecía con la misma velocidad con que mueren los bosques de las campiñas ecuatorianas, facilitando la eclosión de raros especímenes como el “Covigalón”, de complicada erradicación, creación de la mentalidad inquieta de Carriel, dejando la esperanza de su exterminio solo con una nueva primavera que hasta ahora tarda en llegar. (O)