La buena noticia para Cuenca, en el terreno de la tradición y la cultura, es el anunciado de retorno a la “presencialidad” de las fiestas de Navidad, fin de año y de los santos inocentes. No me refiero al bullado encendido del “árbol de Navidad más grande del país” – disputado y lúdico galardón en el que cuentan los centímetros- sino a tradiciones profundas y sentidas como el Pase del Niño Viajero, el concurso de años viejos y las comparsas del 6 de enero.

Tradiciones emancipadoras que por mucho han dado identidad al pueblo cuencano que masivamente se vuelca a las calles con la representación de personajes y pasajes bíblicos que apuntalan la religiosidad morlaca. Y la recompensa en el terreno práctico es el fomento del turismo nacional e internacional.

Efectivamente, para este año se ha anunciado que la fastuosa fiesta con la que los azuayos nos preparamos para despedir el año será nuevamente pública y como desde hace más de medio siglo personajes de todo tipo se tomarán las principales calles del centro histórico en una descomunal manifestación variopinta, por igual sacra, por igual profana. ¿Los beneficios? Más de diez mil familias de extranjeros jubilados radicados en Cuenca, fundiéndose con el folclore religioso morlaco; la dinamización económica bastante rezagada en el ámbito de lo artesanal; un pueblo emocionalmente más estable gracias al reencuentro con sus tradiciones; un turismo local que en los últimos meses se ha afirmado con la visita de familias guayaquileñas que encuentran en la Atenas del Ecuador un destino seguro, arquitectónicamente bello, gastronómicamente tentador. Lo confirman los índices de ocupación hotelera por región, durante los feriados anuales.

Pero no será lo único. La Unión de Periodistas del Azuay y Amistad Club, emblemáticas instituciones locales, retomarán también otra tradición con un amplio sentido político y reivindicatorio: el concurso de años viejos y comparsas del 6 de enero.

El año viejo es la fiesta de la barriada, la de la minga comunitaria, la de la buscada purga política. Es el espacio ideal para la representación de todo lo indigno del año -es decir todo lo que en política ha marcado la jornada- en puestas en escena donde la creatividad sorprende. Y esta tradición también regresará a las calles en esta ciudad que bastante batalla le ha dado al COVID-19, y que hoy reclama presencia en el espacio público.

Y para que la triada esté completa, la fiesta de las comparsas del 6 de enero o de los santos inocentes será una nueva oportunidad para soltar todo lo malo del año, atravesando la vida comunitaria. Aunque las tres están ligadas a manifestaciones religiosas, las tres terminan con temáticas profanas, pero imperativas en la vida comunitaria: inseguridad, feminicidios, corrupción, política, deporte.

Una magnífica oportunidad para salir del aislamiento al que nos ha sometido la pandemia. Del aislamiento al que nos ha sometido un Gobierno que prioriza lo privado por sobre lo público. Del que voluntariamente nos sometimos cuando dejamos de caminar, abrazarnos o reírnos entre los vecinos, hoy unidos por la libertad de protesta que ofrece la calle y la tradición. (O)