El problema gravísimo por el cual atraviesa la ciudad de Quito pues no es un problema de “la municipalidad”, ni siquiera de todos los quiteños, es ya un problema nacional.

Las turbulencias de su municipio no son solamente la encarnizada pelea entre bandos, ni la lucha por saber quién es el alcalde real de la ciudad. Las grandes zozobras vienen también de cómo están sus finanzas, de cuánto es el gasto corriente frente al gasto de inversión; de un sistema de transporte –el Metro– que nació quebrado y no económicamente viable y que por lo tanto le costará a todo el Ecuador. Sus problemas surgen porque son más de 22.000 sus empleados públicos municipales frente a los 4.000 que tiene la ciudad de Guayaquil. Y el dolor de ver todo esto no es ya un tema de los quiteños, se vuelve un tema de todo el país, pues es nuestra capital, y a nadie puede dejar de dolerle si es ecuatoriano lo que ahí está pasando.

Qué bien le haría a Quito y al Ecuador que se presenten las cifras del crecimiento del empleo municipal durante los últimos 20 años. Preguntarnos, por ejemplo, con cuántos empleados se inició cada alcalde y con cuántos dejó la Alcaldía. Sacar a la luz cuánto era el presupuesto al inicio de cada periodo municipal y cuánto al salir cada alcalde. Hacer conocer a la ciudadanía cuál es el déficit o superávit en cada periodo de las empresas municipales.

Y sobre este cúmulo de desaciertos, de utilización política de la municipalidad de nuestra capital, de falta de decisión por muchos años en hacer los cambios que debían hacerse, se monta hoy el gran sainete en el cual las cortes juegan un papel decisivo, y en el cual muchos juristas han expresado que el comportamiento del sistema judicial ha sido vergonzoso.

Y nos preguntamos si en el denostado “imperio” se manejan así las cosas, si en Washington, Londres o París estos hechos se dan, para que entendamos de una vez por todas que somos nosotros los gestores de nuestro destino y dejemos el ridículo estribillo que mira a todo lo malo como el resultado de cosas que nos imponen desde afuera.

Guayaquil vivió épocas muy obscuras en su municipio, realmente tenebrosas. Con gran decisión se realizaron los cambios requeridos, y se pasó de un municipio enfermo de muerte a un motor que le dio vida y cambió a nuestra ciudad.

Quito no tiene otra salida que no sea enfrentar su realidad y hacer lo que hay que hacer, porque la situación fiscal no da para que sea el presupuesto del Estado el que resuelva los problemas de la capital, de nuestra capital, que es de todos los ecuatorianos.

Y no será a través de las cortes, que una vez más demuestran la gran inseguridad jurídica de nuestro país. Será a través de la decisión de todos los quiteños, que produzcan el fervor cívico que resucite a su ciudad. Por ahora, todos los ecuatorianos miramos con dolor lo que ocurre, y esperamos que sea pronto que la ciudad primera en ser patrimonio de la humanidad recupere su esencia y recupere su destino. (O)