De la mano de su esposa sale de su casa hacia la iglesia, va a oír misa, como casi todos los días. Atento a todo. La situación ya no estaba para generar paz, los anuncios y amenazas han venido de todos lados, y, como pasa siempre, no se sabe de dónde y cuándo. Luego de la celebración y después de pocos menesteres, va a casa de su suegra. Luego vuelve a su lugar de trabajo. Se encuentra con Manuel y Faustino, caminan juntos, hablan, conversan. Hasta que “Rayo da un paso atrás, saca su machete y descarga un machetazo en la cabeza de la víctima. El sombrero de copa alta y falda dura recibe el corte y amortigua el golpe, que, sin embargo, lastima. Nadie sabía lo que pasaba, Gabriel estaba solo. Demoró en caer al pie del Palacio y mientras macheteaba, Rayo decía: “Muere, hipócrita; muere, infame, jesuita con casaca, tirano”. Y entonces García Moreno dice: Dios nunca muere (Tomado de Hernán Rodríguez Castelo, García Moreno).

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Después de 37 años de ese asesinato, y luego de intentar refugiarse, por vía diplomática, en varios lugares, Eloy Alfaro es apresado en Quito. Entre las sombras de los acuerdos no tan claros entre la prensa, dícese de la Iglesia y de cierto nivel social, lo mataron. A él, a sus amigos y familiares. Su cadáver fue irrespetado con ira y odio, con saña y venganza. El liberalismo había muerto al son del imperdonable crimen del expresidente, de quien se decía ‘boliviano’ por ser fiel al sueño de la Gran Colombia.

Pongo estos ejemplos para hablar de la traición. De la traición per se y no de la patria a secas, ya que, al fin de cuentas, la gente decide libremente cómo reparte sus fidelidades a sus semejantes –y ahí sí la patria–, de acuerdo a sus intereses y afectos.

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Los asesinos de estas historias, quién sabe si en sus fueros internos pensaron que le hacían un bien a la patria. Es posible. La derecha y la izquierda siempre han pugnado el espacio de poder para salvar la patria. No tiene mérito analizar más profundo aquello. Ya bastante vivir con este horror.

(...) quién sabe si en sus fueros internos pensaron que le hacían un bien a la patria.

Lo que sí vale, ahora más que nunca, es mirar con cuidado lo que hacen políticos, militares, civiles, y los seres humanos más simples y sencillos; lo que hacemos o dejamos de hacer para poner por debajo de mezquindades el interés superior de la humanidad que es el respeto a la vida, al honor y a los principios de libertad y democracia.

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Tanto se ha escrito de democracia, sin embargo, como lo dijo Dr. Edmundo Durán D., es “el derecho de la persona de pretender que la sociedad le deje un ámbito dentro del cual pueda moverse libremente para desarrollarse física y espiritualmente, recibiendo la protección, el estímulo y la ayuda de los demás, a fin de disfrutar de esos derechos humanos”. Esto es, vivir dignos.

La vida no siempre nos visita de fiesta. Y la democracia tampoco. En muchas ocasiones nos toca beber el amargo trago de la desilusión y miseria. Ello no puede ser motivo para deshacernos del respeto que le debemos al honor que nos dejó la conquista sangre de un régimen de derechos.

Hay una fidelidad que convoca por encima de toda dificultad, es aquella que nos merecemos al no dejar de creer en lo digno: nuestra democracia y buen vivir. No hay que confundir la bambalina con el oro. No hay que confundirse entre la gloriosa o estéril huella que podemos dejar escrita en el Ecuador. (O)