Es común desconocer la existencia de la verdad. Muchos adhieren a la tesis que propone que cada individuo tiene una versión de la misma y que por esa razón no es posible defender a ninguna como válida para todos. Esta posición produce opiniones que relativizan todo y aceptan indiscriminadamente cualquier manifestación, así como posibilita la utilización de la frívola palabra “depende” como estribillo que resuelve la discusión y coarta el análisis.

Sin embargo, la verdad existe. En el ámbito de las ciencias objetivas permite explicar el funcionamiento de la materia, situación que en la práctica se refleja en la construcción de artefactos, desde los más simples hasta los sofisticados productos tecnológicos. En el campo de la filosofía, la verdad es la búsqueda de respuestas a preguntas básicas sobre la vida, sus fundamentos y objetivos, que propone principios y valores: solidaridad, respeto, dignidad y otros, que por irrefutables forman parte de declaraciones políticas y jurídicas locales y globales.

La política, la academia y el periodismo en un desafío tecnológico: la inteligencia artificial y el Chatbot GPT

Desde la verdad objetiva de la ciencia, la inteligencia artificial (IA) es el producto más elaborado de la razón lógica aplicada al esclarecimiento de las relaciones de los elementos informáticos entre sí, que le permite independencia en el análisis y elaboración de propuestas de deducción matemática. Así, la IA lo puede casi todo: escribir libros, ensayos, partituras, analizar situaciones, acceder a datos como ningún ser humano, relacionarlos y producir resultados.

Los escenarios colectivos consumen, a su guisa y talante, una parte de lo que se propone científica y filosóficamente...

La verdad filosófica no pertenece al ámbito de la IA porque tiene elementos que no son materiales, sino espirituales, solo aprehensibles por las humanidades… arte, letras, religión, filosofía o por el asombro llano, simple y profundo.

Inteligencia Artificial generativa

La búsqueda de la verdad en las humanidades es insondable, su productividad ilimitada y sus resultados inmensos… libros sagrados, obras maestras literarias, plásticas, musicales. En el campo de la verdad objetiva no se analiza la bondad, belleza o justicia –entre otras categorías humanistas–, sino que se colige en el interior de una suerte de universo estrictamente material, conformado por un conjunto casi infinito de datos concretos que se relacionan matemáticamente para producir creaciones cada vez más complejas.

Podríamos creer que el mundo de los hechos, por ser multitudinario, es más importante que el de la verdad y su búsqueda. La mayoría de la población está conectada al uso irreflexivo de lo producido, sin que la verdad tenga ninguna importancia para ellos, pues están cómodos en la vorágine de un escenario en el cual se vende y consume frenéticamente. Siempre fue así. En la contemporaneidad, este fenómeno es aún más evidente y podría llevarnos a pensar que es el epicentro de la civilización, pero no lo es, de ninguna manera.

La verdad, en las dos versiones que propongo, decide el curso de la historia. Los escenarios colectivos consumen, a su guisa y talante, una parte de lo que se propone científica y filosóficamente, produciendo un estrepitoso ruido que enajena a la muchedumbre y en nada condiciona al irremplazable rol del conocimiento y la inteligencia humana aplicada. (O)