Seguramente, tanto para los habitantes de esta provincia como para quienes la visitan, las rutas azuayas son históricamente tan malas que, inclusive, expresar ese criterio podría parecer una pérdida de tiempo, porque pese a que desde siempre muchos lo han hecho, no se ha podido cambiar esta situación que nos avergüenza, porque muestra la incapacidad local para que la realidad sea diferente, así como abandono absoluto por parte de los responsables nacionales en temas de vialidad en esta provincia; y, también porque existe clara consciencia de los grandes perjuicios de todo orden que el desastre vial azuayo causa a sus habitantes y, claro, a los del resto del país que por diferentes razones interactúan con la comunidad azuaya… con su capital Cuenca y con sus cantones.

Expresiones locales de indignación –¡es de no creer! y otras– se dibujan y resuenan en los labios y voces de los cuencanos y azuayos cuando se habla, por enésima vez, de esta horrible realidad, que es la antípoda de la belleza, practicidad y esplendor de su ciudad capital. La ruta Cuenca-Molleturo-El Empalme es un chaquiñán peligrosísimo, lodoso y estrecho, comparable con lo que fue la ruta que conectaba Cuenca con Guayaquil en los años sesenta del siglo pasado y quizá aún peor. La Cuenca-Girón-Pasaje está rota, es prácticamente intransitable y se encuentra peor que nunca. La Cuenca-Oña-Loja no tiene mantenimiento adecuado y se deteriora cada vez más. Y las carreteras hacia el Oriente, Limón, Méndez, Gualaquiza, Sucúa, Macas, por su estado calamitoso, representan un real peligro para la vida de quienes transitan por esas rutas que nos duelen por todo lo que hemos perdido y perdemos en ellas. Una vergüenza.

Las autoridades nacionales deben cumplir con su deber para que esta realidad de (...) peligro latente y vergüenza deje de ser tal.

Constantemente recorro esas rutas y también otras de provincias hermanas. Hay una gran diferencia. Cuando los cuencanos viajamos por tierra al norte del país y después de la provincia del Cañar entramos en la jurisdicción del Chimborazo, el panorama vial es otro. La carretera está mucho mejor cuidada, existe señalización y se viaja en una realidad diferente que, sin llegar a ser de primer orden, supera con creces la decadente precariedad de las carreteras del Azuay. Este panorama mejora en Tungurahua, Cotopaxi, Pichincha y en las provincias norteñas. Como debe ser.

Hace unas semanas viajé, en moto, desde Loja a Catamayo, Chaguarpamba para llegar a Balsas, en la provincia de El Oro. ¡Una ruta linda! Al día siguiente, de regreso a Cuenca por Pasaje, la realidad del deterioro vial –abandono, carencia de señalización, precipicios y abismos profundos listos para cobrar la vida de la gente– es la misma de siempre, pues la carretera Pasaje-Santa Isabel-Girón está rota, rota.

¡Es de no creer! ¡Dónde se ha visto! Los azuayos y cuencanos estamos obligados a hacer lo necesario para revertir esta situación que es un lastre para el mayor desarrollo de las potentes iniciativas industriales, culturales, comerciales, agrícolas y turísticas de Cuenca y de su provincia. Las autoridades nacionales deben cumplir con su deber para que esta realidad de huecos, lodo, abandono, peligro latente y vergüenza deje de ser tal. ¡No hay derecho! (O)