Cuando me preguntan: “Si tuvieras un superpoder, ¿cuál elegirías? Respondo: “Poder escuchar la mente de la gente para saber lo que no dicen o si, en realidad, dicen la verdad”. Y mi respuesta no tiene que ver en absoluto con meterme en la vida del resto, sino que busca tener relaciones interpersonales más sinceras, ya que muchas veces no utilizamos el lenguaje para lo que en realidad se creó: comunicar.

El libro La verdad y la mentira en la vida de las mujeres me ha ayudado a despejar algunas de mis interrogantes y me ha abierto la mirada al reconocer que es tan cotidiano y habitual mentir, que el engaño va más allá de ser un problema que afecta solo a las mujeres (aunque mayoritariamente lo sea), ya que es una cuestión de la propia humanidad y de los preceptos bajo los cuales la sociedad se fundamenta.

A lo que quiero llegar, sin embargo, no está en analizar si es cierto que los hombres mienten más o si las mujeres mienten mejor. Lo que en realidad busco es entender el porqué las mujeres decidimos hacerlo deliberada y conscientemente.

En Faking It, de Lux Alpatraum, un libro que habla sobre las mujeres y las mentiras sobre la sexualidad, se dice que “mentimos porque el mundo espera que encajemos con un estándar imposible (…), es la única manera que tenemos de ir por la vida con nuestra cordura intacta”.

Las mentiras que nos decimos y decimos a los demás tienen que ver con nuestra virginidad, el número de parejas que hemos tenido o la cantidad de orgasmos que nunca tuvimos. Lo mal que va el trabajo, la mala comunicación con nuestra pareja, nuestra relación fallida o matrimonio infeliz. Lo absurdo que es tener que callarnos ciertas cosas para no sentir que somos intimidantes y no espantar a las personas. Lo idiotas que nos sentimos incluso cuando tenemos que justificar que no queremos bailar con alguien con pretextos como “tengo novio”.

La sociedad espera que seamos las mejores madres y esposas, cuando no llegamos con manual y cuando los hombres se desentienden en muchos casos de su responsabilidad como padres y esposos. Tenemos que ser buenas amantes y en muchos casos fingir, e igual estamos sujetas a recibir el calificativo de insatisfechas como si fuera nuestra culpa. Igual, para la sociedad siempre será mejor escucharnos mentir porque están acostumbrados a escuchar lo que les conviene.

Llego a la conclusión –totalmente personal y sin generalidades– de que mentimos para sobrevivir. Mentimos por necesidad. Mentimos por costumbre. Mentimos porque es útil. Mentimos porque no queremos dar explicaciones. Mentimos por protegernos y por proteger. Mentimos porque, desde pequeñas, hemos creado una imagen para ser todo aquello que esperan de nosotras.

Incluso, siempre hemos creído que ser honestos es sinónimo de ser descorteses. Mentir es nuestra arma de defensa, pero nos limita y la misma sociedad se priva de conocernos a profundidad si mentimos. Vivir intensamente y a plenitud nunca irán bien con el mentir y peor aún con el mentirnos a nosotras mismas. Somos culpables de la incomodidad con nosotras mismas por intentar complacer y no SER. (O)