El primer mes del año lleva el nombre de enero debido al dios Janus de la mitología romana.

Este dios –del cual no había un equivalente en la mitología griega– era el dios de las puertas, de los comienzos y de los finales. Y por ello es por lo que se lo invocaba el primer día del primer mes de cada año. De Janus derivó Januaris en latín, que devino posteriormente enero en español. Es por esta razón que Janus era representado con dos caras pegadas por la parte de atrás, una mirando hacia delante y otra atrás. El frustrado asalto de los Sabinos al Capitolio romano se le atribuye a que Janus hizo que sobre los enemigos cayera agua caliente. Desde entonces, en tiempos de guerra las puertas de un edificio en Roma que llevaba su nombre permanecían abiertas para que de esta forma Janus pudiera salir a prestar su ayuda en caso de ser necesario, y en tiempo de paz las puertas permanecían cerradas. Ello explica también por qué Janus presidía el comienzo como el fin de los conflictos y era asociado con las transiciones, los corredores, los puentes e inclusive el tiempo.

Debe recordarse, como señalé antes, que las dos caras de Janus estaban adosadas la una con la otra, es decir, eran inseparables. Tan inseparables quizás como lo es el pasado del futuro y viceversa. Así se deslizan los años de nuestras vidas con una cara mirando al ayer y otra viendo hacia el mañana, y ambas, a su vez, indefectiblemente atadas. Como bien observaba Ortega y Gasset, la diferencia es que mientras el pasado fue uno y nada podemos hacer para cambiarlo, salvo estudiarlo y aprender de él, el futuro se nos presenta como más de uno y mucho podemos hacer para escoger entre sus alternativas. El Ecuador probablemente cierra un largo ciclo de un régimen político e ideológico que habría nacido antes de la dictadura correísta, quizás allá por los años en que se lo eligió a Lucio Gutiérrez, un estado de cosas que luego se fue profundizando durante los fatídicos años de dicha dictadura y se prolongó lánguidamente hasta la elección de Lasso. Y, sin embargo, no resulta tan fácil mirar el futuro o hacia los futuros que se nos presentan, sin sentir el peso agobiante de ese largo periodo de descomposición política y social. Un peso que hoy se hace presente por doquier como triste recordación de lo mucho que tendremos que remontar. Las viejas prácticas siguen allí, la práctica del chantaje y del engaño, la cultura del narcisismo y de la corrupción, la sintaxis de la demagogia y de la insolencia, el dialecto de la mafia y el diccionario de la miseria humana. No, no debemos cerrarle las puertas a Janus. Esas puertas es mejor que permanezcan abiertas, y por muchos años, pues nuestro país aún sigue bajo la amenaza de guerras, unas abiertas y otras solapadas, de esas que nos van golpeando a diario casi silenciosamente; y por eso por lo que en cualquier momento vamos a necesitar de Janus.

El Wall Street Journal publicó recientemente una entrevista a un inmigrante de Jordania que llegó a Estados Unidos hace diez años. El diario le pidió que identificara las diez cosas que más le han gustado de dicho país. Una de las respuestas que dio es que nadie le pide coimas, ni los policías, ni los jueces, ni los empleados públicos, ni los reguladores, nadie.

¿Cuándo podrán los ecuatorianos decir lo mismo? (O)