El presidente Lasso ha iniciado su vida internacional, diplomática, en su nueva condición de presidente electo del Ecuador, y ha decidido empezar por Colombia, atendiendo, entiendo, a la invitación formulada por el presidente Duque cuando lo llamó telefónicamente a felicitarlo por su triunfo el domingo 11 de abril. La geografía, la historia, y muchos intereses comunes, comerciales, de seguridad, etc., los obligan a mantener profundas, permanentes, diarias relaciones; y qué mejor si existe un trato amistoso y cordial entre los jefes de Estado. Sin embargo, no se le habrá escapado al presidente electo que su visita inmediata al presidente colombiano será motivo de análisis profundo, concienzudo, detallado, por las cancillerías del mundo; no es una visita común, como aquellas cuando se reúnen regularmente los mandatarios acompañados de sus gabinetes ministeriales. Esta visita envía un potente mensaje a la comunidad internacional y particularmente a América, por las singulares condiciones políticas que viven los dos países, especialmente Colombia. En lo político, cabe preguntarse quién necesita más al otro; yo diría que Colombia, porque ella atraviesa por difíciles circunstancias. El presidente Duque soporta un fuego cruzado porque su partido, liderado por el expresidente Uribe, nunca se ha conformado con los acuerdos de paz celebrados por su predecesor, Santos, con la guerrilla de las FARC, mientras la generalidad de los colombianos sí los ha aceptado. El ELN sigue activo, operando desde suelo venezolano. La producción de droga ha aumentado grandemente. Colombia tiene el serio problema de su enfrentamiento permanente con Maduro; este sigue en pie con el apoyo de Rusia, China, Cuba y los socialistas del siglo XXI. Los esfuerzos de EE. UU. y del Grupo de Lima han sido ineficaces para derrocarlo; cada vez es más débil Guaidó; se está tornando en una entelequia, a pesar del apoyo recibido de EE. UU. y Europa. El Grupo de Lima se debilitó: el México de AMLO se retiró; Macri fracasó y Fernández y Kirchner volvieron al poder en Argentina; el MAS recuperó el control en Bolivia. Los gobiernos de derecha atraviesan por difíciles momentos: Bolsonaro no ha podido o querido enfrentar el problema de la pandemia; Lula ha sido liberado, fueron anuladas las sentencias en su contra, y en las próximas elecciones puede ganar la Presidencia; Piñeira de repente sufrió una reacción social tan formidable que fue compelido a convocar una Constituyente para reemplazar a la Constitución de Pinochet; el Perú tiene que escoger, en segunda vuelta, entre un hombre de izquierda extrema, que va adelante en las encuestas, y la populista derechista Fujimori.

La cooperación con Colombia es conveniente y necesaria, pero sin compartir sus problemas internos, ni, tampoco, el enfrentamiento con el dictador Maduro, que puede tornarse en bélico. Colombia tiene alianza militar con EE. UU. y los países de la OTAN. Hace bien el presidente electo en invitar a su posesión a Guaidó y no al dictador Maduro, pero el Ecuador no debe aislarse de otros países de Sudamérica; debe mantener relaciones con la derecha y la izquierda, solo pensando en sus intereses permanentes. Confuso, peligroso, escenario. (O)