El día en que Sergio Ramírez Mercado ingresaba al Paraninfo de la Universidad Alcalá de Henares, sabía que su país se desangraba, una vez más. Era el 23 de abril de 2018. Cuatro días antes estallaron en Nicaragua una serie de protestas por las reformas al sistema de seguridad social. La represión que emprendió la dictadura de Daniel Ortega implicó la pérdida de más de trescientas vidas; incluso niños, madres, y abuelos. Frente a la plana mayor de la Academia de la Lengua, la monarquía y el gobierno español, Ramírez dijo: “Permítanme dedicar este premio a la memoria de los nicaragüenses que en los últimos días han sido asesinados en las calles por reclamar justicia y democracia, y a los miles de jóvenes que siguen luchando, sin más armas que sus ideales, porque Nicaragua vuelva a ser República”.

Nicaragua es un volcán que desde hace siglos lanza lava. Quizá por eso Sabrina Duque, escritora ecuatoriana, nombró Volcánica a su libro de crónicas sobre la tierra de Rubén Darío, en alusión a la naturaleza geofísica de ese país, erigido ante una cordillera ardiente, cuyos montes son el escenario de una historia de cataclismos, tiranías, rebeliones y erupciones. En esa tierra, y justamente gracias a Darío, ocurrió el renacimiento de la lengua que hablamos la mayoría de los latinoamericanos. Dijo Borges: “Todo lo renovó Darío: la materia, el vocabulario, la métrica, la magia peculiar de ciertas palabras, la sensibilidad del poeta y de sus lectores. Su labor no ha cesado y no cesará; quienes alguna vez lo combatimos, comprendemos hoy que lo continuamos. Lo podemos llamar el Libertador”.

Pienso en Nicaragua, un país que sólo conozco por los libros, pero que por eso mismo lo siento querido; un país, como el mío, lleno de volcanes. En alguna ocasión, cuando yo era periodista, me encontraba desesperado por publicar en el extranjero un artículo sobre un caso de derechos humanos que cubrí, un abuso infame cometido por la banda criminal que desgobernaba mi país. Sergio Ramírez, sin conocerme, me contactó con Carlos F. Chamorro, que publicó el artículo en su portal de noticias Confidencial. El cariño que ellos le tienen al Ecuador siempre fue diáfano. Chamorro es uno de los pilares de la libertad de expresión en el continente, hijo además de Violeta Barrios y de Pedro Joaquín Chamorro, periodista asesinado por la dinastía Somoza, hoy tan repugnantemente parecida a la de Ortega.

Nunca olvido a Nicaragua, sobre todo cuando leo los poemas de Ernesto Cardenal, uno de los poetas esenciales de mi vida: “No has dejado de existir:/ Has existido siempre/ y existirás siempre/ (no sólo en este,/ en todos los universos).” Nicaragua, gracias a sus poetas, siempre ha estado presente en mi vida: hablo, por ejemplo, de Claribel Alegría y Gioconda Belli. También cuando encuentro los versos de Enrique Delgadillo, amigo y escritor, que desde algún lugar del mundo ladra bajo la lluvia: “En medio de nosotros hay una ciudad perdida/ cuyo cielo se despeña./ En medio de nosotros crece un juguete/ con una felicidad salvaje que lo sujeta del pecho”. Menos olvidaré a Nicaragua ahora, cuando a vista y paciencia de toda América Latina, el tirano Ortega encierra a sus opositores, a los otros candidatos presidenciales, y a los periodistas que denuncian su régimen de terror.